sábado, 11 de abril de 2020

El infinito en un junco, de Irene Vallejo



En nuestra disciplina se denomina clásico a aquel que con su obra permanece como un contemporáneo". (Jürgen Habermas)

No se me ocurre una lectura más feliz ahora mismo que este libro. Yo podría haberlo escrito, me gustaría haberlo escrito. A lo largo de mi vida nada ni nadie me ha acompañado más que el protagonista de este libro. Me ha acompañado desde que topé con él por vez primera en el pueblo donde nací, he cargado con él por los diferentes hogares en los que me he ido instalando, por los países por donde he viajado, un viajero de culo inquieto como yo, cosmopolita, ciudadano desnaturalizado como yo, no he tenido un amigo igual, hemos sido amantes leales pero también infieles, me ha aconsejado y me he reído de sus consejos, nadie como él me ha ayudado a entender el mundo, también me he aburrido en su compañía y a menudo le he despreciado por lo absurdo, lo mentiroso y las idioteces que he tenido que soportarle, su presencia me ha abrumado hasta casi echarme de casa porque ocupaba un espacio que me ahogaba, me he peleado con otros por su culpa, por creerle a ciegas o por insuflar una fe de fanático en mis amigos o en alguien de mi familia, con nada ni nadie he estado más horas en compañía, no ha pasado día que no lo haya tenido en mis manos, nada ni siquiera cualquier parte de mi cuerpo me resulta más familiar. El protagonista de El infinito en un junco es el libro.

Irene Vallejo escribe como los ángeles, si los ángeles escribiesen no lo harían sino del modo sencillo en que ella lo hace. Su escritura es diáfana pero llena de sentido. Avanzamos en la lectura y queremos que nunca acabe, que vaya afluyendo la información que nos ofrece, que parece nueva en cada párrafo a pesar de hablar del mundo clásico y creer que ya se sabe todo lo que hay que saber al respecto. Todo lo que nos cuenta viene al caso y cuando desliza una opinión y parece que le vamos a coger en un lugar común o en una idea prejuiciada nos desconcierta con su espíritu libre que se alza por encima de las pequeñas disputas provincianas. Podría pensarse que el libro es un ensayo sobre el libro y su historia y lo es, pero sería una manera torpe de describirlo. En él hay las historias que se encuentran en los cuentos y en los relatos de historia. Quien nos habla no es el erudito, que lo es, o el filólogo, sino el escritor que encandila a quien lo esté leyendo, y que además cuenta su propia experiencia de lector pues leer o tratar con libros no es cosa aparte, un entretenimiento sin trascendencia sino de la naturaleza de la comida o del sexo, se convierte en necesidad y gozo y nos transforma de formas diversas en el tiempo. Este libro es un raro milagro, de esos que suceden pocas veces, convierte en materia literaria la materialidad de la escritura, en protagonistas a la propia escritura, sus avatares, los moldes donde se ha vertido, los objetos y los lugares donde se ha guardado y a los hombres que la idearon, la mejoraron, la simplificaron y se pusieron a contar su relación con las cosas y su trato con los hombres que construían mundos y lo hace como lo hacían los contadores de historias, hablando al oído del oyente o mostrándose ante los ojos del lector con las palabras más sencillas, que son las más cautivadoras, aquellas que uno escucha o lee como si fuese la primera vez porque están dichas o escritas para ti, para él, para mí.

Hay un aspecto más en el que el libro de Irene Vallejo encuentra un valor definitivo. La idea del libro como vehículo de civilización. Hay un capítulo en el que la autora, con sencilla humildad, cuenta lo mal que lo paso en el colegio, sometida al acoso de los matones. Irene encontró refugio en los libros. La pequeña historia personal que le sirvió a la autora para encontrar el camino al desarrollo de su personalidad y que ha fructificado, por el momento, en esta maravillosa obra, es también un ejemplo que contiene la historia de la humanidad. La historia del homo sapiens es la historia de un milagro, cómo la evolución cultural prosiguió la evolución biológica (supervivencia del más apto) dando un salto cualitativo. La historia del libro es un condensado del proceso civilizatorio, acelerado desde que el hombre inventó la escritura, el mejor medio para guardar memoria y transmitir el conocimiento adquirido. El libro no solo contiene la memoria del hombre, también sus herramientas transformadoras. Las que le ayudaron a comprender y cambiar el mundo y a organizar la vida social. Su propia historia, la del libro, es también la del progreso moral, el despliegue de las ideas de justicia y libertad que han ido haciendo la vida más amigable.



No hay comentarios: