“En nuestra disciplina se denomina clásico a aquel que con su obra permanece como un contemporáneo". (Jürgen Habermas)
No
se me ocurre una lectura más feliz ahora mismo que este libro. Yo
podría haberlo escrito, me gustaría haberlo escrito. A lo largo de
mi vida nada ni nadie me ha acompañado más que el protagonista de
este libro. Me ha acompañado desde que topé con él por vez primera
en el pueblo donde nací, he cargado con él por los diferentes
hogares en los que me he ido instalando, por los países por donde he
viajado, un viajero de culo inquieto como yo, cosmopolita, ciudadano
desnaturalizado como yo, no he tenido un amigo igual, hemos sido
amantes leales pero también infieles, me ha aconsejado y me he reído
de sus consejos, nadie como él me ha ayudado a entender el mundo,
también
me he aburrido en su compañía y a menudo le he despreciado por lo
absurdo, lo mentiroso y las idioteces que he tenido que soportarle,
su presencia me ha abrumado hasta casi echarme de casa porque ocupaba
un espacio que me ahogaba, me he peleado con otros por su culpa, por
creerle a ciegas o por insuflar una fe de fanático en mis amigos o
en alguien de mi familia, con nada ni nadie he estado
más horas en compañía, no ha pasado día que no lo haya tenido en
mis manos, nada ni siquiera cualquier parte de mi cuerpo me resulta
más familiar. El
protagonista de El
infinito en un junco
es el libro.
Irene
Vallejo escribe como los ángeles, si los ángeles escribiesen no lo
harían sino del modo sencillo en que ella lo hace. Su escritura es
diáfana pero llena de sentido. Avanzamos en la lectura y queremos
que nunca acabe, que vaya afluyendo
la información que nos ofrece, que parece nueva en cada párrafo a
pesar de hablar del mundo clásico y creer que ya se sabe todo lo que
hay que saber al
respecto.
Todo lo que nos cuenta viene al caso y cuando desliza una opinión y
parece que le vamos a coger en un lugar común o en una idea
prejuiciada nos desconcierta con su espíritu libre que se alza por
encima de las pequeñas disputas provincianas. Podría pensarse que
el libro es un ensayo sobre el libro y su historia y lo es, pero
sería
una manera torpe de describirlo. En él
hay las
historias
que se encuentran
en los cuentos y en los relatos de historia. Quien nos habla no es el
erudito, que lo es, o el filólogo, sino el escritor que encandila a
quien lo esté leyendo, y
que además cuenta su propia experiencia de lector pues leer o tratar
con libros no es cosa aparte, un entretenimiento sin trascendencia
sino de la naturaleza de la comida o del sexo, se convierte en
necesidad y gozo y nos transforma de formas diversas en el tiempo.
Este libro es un raro milagro, de esos que suceden pocas veces,
convierte en materia literaria la materialidad de la escritura, en
protagonistas a la propia escritura, sus avatares, los moldes donde
se ha vertido, los objetos y los lugares donde se ha guardado y a los
hombres que la idearon, la mejoraron, la simplificaron y se pusieron
a contar su relación con las cosas y su trato con los hombres que
construían mundos y lo hace como
lo hacían los contadores de historias, hablando al oído del
oyente o
mostrándose ante los ojos del lector con las palabras más
sencillas, que son las más cautivadoras, aquellas que uno escucha o
lee como si fuese la primera vez porque
están dichas o escritas para ti, para
él, para mí.
Hay
un aspecto más en el que el libro de Irene Vallejo encuentra un
valor definitivo. La
idea del
libro como vehículo de civilización. Hay un capítulo en el que la
autora, con sencilla humildad, cuenta lo mal que lo paso en el
colegio, sometida al
acoso de
los matones. Irene encontró refugio en los libros. La
pequeña historia personal que le sirvió a la autora para encontrar
el camino al desarrollo de su personalidad y que ha fructificado, por
el momento, en esta maravillosa obra, es también un ejemplo que
contiene la historia de la humanidad. La
historia del homo sapiens es la historia de un milagro, cómo la
evolución cultural prosiguió la evolución biológica (supervivencia del más apto) dando un
salto cualitativo. La
historia del
libro es un
condensado del
proceso civilizatorio, acelerado desde que el hombre inventó la
escritura, el
mejor medio para guardar memoria y
transmitir el conocimiento adquirido.
El
libro no solo contiene la memoria del
hombre, también sus herramientas transformadoras. Las que le ayudaron a
comprender y cambiar el mundo y
a organizar la vida social. Su propia historia, la del libro,
es también la del progreso moral, el despliegue de las ideas de
justicia y libertad que
han ido
haciendo
la vida más amigable.

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