miércoles, 31 de julio de 2019

El poder de las historias, de Martin Puchner



¿Es la escritura la tecnología más exitosa de la humanidad? ¿Hubiéramos prosperado de igual modo sin ella? Desde que los sumerios la inventaron para consignar sus transacciones y llevar cuenta del almacén hasta el archivo de internet en el que cabe la humanidad entera y a la espera de que nuestro cerebro fluya, ida y vuelta, por la venas digitales de la máquina nos ha ido acompañando en cada uno de los pasos que hemos ido dando en el matrimonio entre el homo sapiens y la tierra. Ahora, gracias a la codificación algebraica del saber, estamos a punto de abrazarla, de abrasarla. Alejandro dormía con la Iliada bajo su almohada cuando extendía hacia la India la koiné griega. Asurbanipal, hijo de rey, aprendió a escribir como un escriba y cuando se convirtió en rey acaparó todas las tablillas que pudo en la biblioteca de Nínive, entre ellas la colección que narraba la epopeya de Gilgamesh. Luego Nínive fue destruida junto con el poder asirio y nada se supo de Gilgamesh hasta que un funcionario colonial, Austen Henry Layard, en 1845, abrió una trinchera en un montículo de Mosul y destapó la ciudad entera y con ella un texto que se tardó en descifrar y llegar a los ojos de los lectores maravillados ante la historia de Enkidu, Gilgamesh y Shamhat. Esdras, otro escriba, fue consciente del poder de las palabras, fijó los viejos textos de su pueblo y afirmó que eran escritura inspirada por su Dios, Yahvé, y por tanto inmodificable, y por tanto sagrada. Todo pueblo que se precie tiene su texto fundacional, en el se miran sus gentes, lo que leen o escuchan les incita a vivir la vida de una manera determinada. Buda, Confucio, Sócrates, Jesús, Mahoma están en el origen de escrituras cuya influencia no ha dejado de crecer. Cada cosa que dijeron la convirtieron sus discípulos en valiosa, más importante que la sangre y los huesos. Muchos entregaron la vida por ellas. 

Conocemos esas historias, pero hay otras que fueron importantes para sus pueblos y que nos han pasado desapercibidas hasta hace poco: el Popol Vuh de los mayas, cuya escritura no acabamos de descifrar, la Epopeya de Sunyata que los mandé, entre Mali y Guinea, aún se transmiten oralmente. Hasta Derek Walcott, reciente premio nobel, forjó el pasado epopéyico de un pequeño país, Santa Lucía, con su Omeros. Hay otro tipo de libros fundacionales que no aparecen como textos sagrados pero cuya influencia, por otros motivos, ha sido decisiva en la formación espiritual de sus pueblos. Podríamos rebajar espiritual a cultural o costumbres o vida cotidiana si hablamos de La vida de Genji, de Murasaki, para Japón o las Mil y una noches para los pueblos mediorientales o la traducción al alemán de la Biblia por Lutero, en el momento histórico en que Gutenberg aplicaba a la industria del libro un invento chino, los tipos móviles, quitando el monopolio de los manuscritos a los monjes y dándoselo a los impresores, pero también el Quijote de Cervantes. ¿Hasta qué punto Don Quijote y Sancho han conformado el modo de ser español? Después de Gutenberg y de Cervantes llegó la industria de la novela y la lectura al alcance de todo el mundo, los periódicos y la idea de la literatura universal: podemos leer todo, sea del país que sea y de la época que sea. Marx y Engels supieron del poder de la imprenta y difundieron un texto cuya influencia fue enorme: El manifiesto comunista. Rapsodas, escribas, goliardos, trovadores, copistas de manuscritos, impresores, editores, quién toma el relevo en esta cadena de la escritura. 

De todo esto habla Martin Puchner en su entretenido El poder de las historias. Comienza con la Ilíada y acaba con el descomunal éxito de Harry Potter. Pero así como a Alejando la Ilíada le sirvió para conquistar y dar forma a medio mundo; a J. K. Rowling lo ha usado para ganar dinero a espuertas y crear el mundo ficticio de The Wizarding World of Harry Potter en Orlando para seguir ganando dinero. Todas las historias de Puchner no tienen el mismo interés, lo mantiene en sus primeros capítulos, hasta Don Quijote, luego divaga y se pone a viajar como si estuviese en uno de esos programas de viaje con micrófono pegado a la camisa y la cámara enfrente. Es una lectura amena, veraniega, y si uno se pone puede hacerse unas cuántas pregunta sobre el mundo y la historia, que sobre eso van las lecturas.

2 comentarios:

Squirrel Ardilla dijo...

Excelente reseña.Somos seres narrativos, no podemos vivir sin que nos cuenten historias e incluso sin crearlas aun cuando sea solamente al hablar de nuestra vida o de la de los demás. Yo estoy segura que sería distinta sin todas las historias que he leído; eso sí, es difícil precisar en qué consiste esa influencia. Un saludo

Toni Santillán dijo...

Gracias, veo que tienes un blog literario con muy buenas críticas.