¿Por
qué resulta tan difícil combatir a los populistas? No por las crudas mentiras que solo sirven a los fans que ven en ellas triquiñuelas o trampantojos al servicio de un bien mayor, de una
verdad auténtica, superior a la espuria
fidelidad a los
hechos, que ni el populista se molesta en reafirmar cuando le dicen que no es verdad lo que dice, sino
por
sus medias verdades que atraen a buena parte de sus seguidores y desconciertan a sus
críticos, inermes para desacreditarlas pues incluso admiten la parte de verdad que
hay en ellas, y que están al servicio del poder al que se subordina
todo lo demás, porque
ellos mismos, los críticos, a menudo hacen lo mismo.
Lo que hace realmente dañinos a
los populistas
es la mezcla de medias
verdades
y falsificaciones a
medias,
sentidas como verdades del corazón, presentadas
con
franqueza al servicio de una verdad superior a los hechos sueltos e inconexos del día a día. El
populista no es el dictador que con la rudeza del poder explícito
se impone sin contestación, el
populista pone
la democracia a
su servicio. En su concepción utilitaria, la democracia no va de representación de intereses
diferenciados y contradictorios ni de rendición de cuentas, sino que es un
formalismo para acceder o mantenerse en el poder. Así ven al populista Iván Krastev y Stephen Holmes en La luz que se apaga:
Erraríamos
si pensásemos que esto vale
sólo
para
Trump,
los demás populistas funcionan de una forma parecida.
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