jueves, 13 de febrero de 2020

Un hombre en Oslo



Comienza el año, o alborea el día, incluso esta hora neblinosa que tienes por delante comienza. En un vacío. Todo está por suceder. El año acabado, el día de ayer, la hora fundida ha puesto ahí en el límite de lo que aún no es la estructura organizada de lo que es para que sea. El gran misterio del ser es que aún siguiendo las reglas estrictas que la naturaleza determina sucederán cosas sorprendentes, inesperadas. Todo es igual y distinto a la vez, a cada instante, sea la que sea la medida con la que midamos el mundo, se produce un relevo, un segundo toma la realidad constituida y la devuelve un instante después transformada en otra cosa sin haber perdido del todo su apariencia. Ayer un hombre sano enfermará hoy y en pocos días, cada uno con su transformación, morirá. Al desperezarte esta mañana nada recuerdas del día de ayer, un día como cualquier otro, pero pasadas las horas, cuando te tomes un breve descanso, un hombre te devolverá el paraguas que se te ha caído cuando lo abrías. Has cruzado tus ojos con los suyos, azul cielo. Ha seguido una torpe conversación, le has dicho adiós con pesar, pero lo has vuelto a encontrar en la cafetería adónde te dirigías. Con ese hombre, en los días, meses y años que seguirán desde hoy, te casarás, vivirás días felices, tendrás un chico y más tarde una chica. Incluso nietos y nietas que hoy no tienen forma y cuya sorprendente personalidad no parecía estar contenida cuando los veías crecer, como tampoco lo que aquel hombre con el que te casaste llevaba dentro. Una noche, sin esperar al amanecer, dirás, Basta, no puedo más. Le harás coger la maleta, tu misma le pondrás el paraguas dentro, Búscate una habitación para dormir

Dentro de una hora retrocederás unos pasos para coger esa calle y no la que habías previsto, a última hora pagarás con tarjeta de crédito el vuelo que en Semana Santa te llevará a Noruega, en la calle desechada un coche descontrolado saltándose el bordillo te habría atropellado, en las islas que en el último momento has descartado te ibas a encontrar con una antigua novia con la que ibas a ser feliz una noche, una sola noche, pero qué noche, en una cama del tercer piso del hotel Helios, en el Arenal. En la calle central de Oslo, el próximo 9 de abril, un hombre te hará señas para que te detengas, te preguntará en inglés como llegar a la Casa de la Literatura, como sabes que está al final del paseo peatonal, antes de llegar al Palacio Real, se lo indicarás. No pensabas ir pero al atardecer de vuelta al pequeño hotel que está una calle más allá entras en la Casa de la Literatura y, oh casualidad, puedes escuchar en directo a Naomi Klein de quien has leído casi todos los libros. Pero cuando vuelvas a casa, fiebre, un gran malestar abdominal y dolor en las articulaciones te harán ir al médico. No sabes cómo o dónde o quién te ha transmitido la enfermedad. Fue el hombre que en Oslo te detuvo y preguntó, lo hizo demasiado cerca y a través de un rastro de saliva te infectó. Nada está quieto en el cuarto donde lees, este instante que sucede al anterior es otro, una vida millonésima se agita independiente de ti y otra igualmente millonésima gracias a ti. Ahora se forman coaliciones ingentes de seres vivos que no ves para facilitarte que sigas viviendo, en el instante por venir otra coalición ingente te intentará hacer daño, no por un plan predeterminado, sino porque la naturaleza es bullicio y en su evolución ordenada toda cosa tiende a su preservación y también a su consunción.

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