Comienza
el año, o alborea el día, incluso esta hora neblinosa que tienes
por delante comienza. En
un vacío. Todo está por suceder. El año acabado, el día de ayer,
la hora fundida ha puesto ahí en el límite de lo que aún no es la
estructura organizada de lo que es para que sea. El gran misterio del
ser es que aún siguiendo las reglas estrictas que la naturaleza
determina sucederán cosas sorprendentes, inesperadas. Todo
es igual y distinto
a la vez, a cada instante, sea la que sea la medida con la que
midamos
el mundo, se produce un relevo, un segundo toma la realidad
constituida y la devuelve un instante después transformada en otra
cosa sin haber perdido del todo su apariencia. Ayer un hombre sano enfermará hoy y en pocos días, cada uno con su transformación,
morirá. Al desperezarte esta mañana nada recuerdas del día de
ayer, un día como cualquier otro, pero pasadas
las horas,
cuando te tomes un breve descanso, un hombre te devolverá el
paraguas que se te ha caído cuando lo abrías. Has cruzado tus ojos
con los suyos, azul cielo. Ha seguido una torpe conversación, le has
dicho adiós con pesar, pero lo has vuelto a encontrar en la
cafetería adónde te dirigías.
Con ese hombre, en los días, meses y años que seguirán desde hoy,
te casarás, vivirás días felices, tendrás un chico y más tarde
una chica. Incluso nietos y nietas que hoy no tienen forma y cuya
sorprendente personalidad no parecía estar contenida cuando los
veías crecer, como tampoco lo que aquel hombre con el que te casaste
llevaba dentro. Una noche, sin esperar al amanecer, dirás, Basta,
no puedo más.
Le harás coger la maleta, tu misma le pondrás el paraguas dentro,
Búscate
una habitación para dormir.
Dentro de una hora retrocederás unos pasos para coger esa calle y no
la que habías previsto, a última hora pagarás con tarjeta de
crédito el vuelo que en Semana Santa te llevará a Noruega, en la
calle desechada un coche descontrolado saltándose el bordillo te
habría atropellado, en las islas que en el último momento has
descartado te ibas a encontrar con una antigua novia con la que ibas
a ser feliz una noche, una sola noche, pero qué noche, en una cama
del tercer piso del hotel Helios, en
el Arenal.
En la calle central de Oslo, el
próximo
9
de abril,
un hombre te hará señas para que te detengas, te preguntará en
inglés como llegar a la Casa de la Literatura, como sabes que está
al final del paseo peatonal, antes de llegar al Palacio Real, se lo
indicarás. No pensabas ir
pero al atardecer de vuelta al pequeño hotel que está una calle más
allá entras en la Casa de la Literatura y, oh casualidad, puedes
escuchar en directo a Naomi Klein de quien has leído casi todos los
libros. Pero cuando vuelvas a casa, fiebre, un gran malestar
abdominal y dolor en las articulaciones te harán ir al médico. No
sabes cómo o dónde o quién te ha transmitido la enfermedad. Fue el
hombre que en Oslo te detuvo y preguntó, lo hizo demasiado cerca y a
través de un rastro de saliva
te infectó. Nada está quieto en el cuarto donde lees, este instante
que sucede al anterior es otro, una vida millonésima se agita
independiente de ti y otra igualmente millonésima gracias a ti.
Ahora se forman coaliciones ingentes de seres vivos que no ves para
facilitarte
que
sigas viviendo, en el instante por venir otra coalición ingente te
intentará hacer daño, no por un plan predeterminado, sino porque la
naturaleza es bullicio y en su evolución ordenada toda cosa tiende a
su preservación y también
a su consunción.
Sigue
Sigue
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