Mientras
dure la guerra
La
caracterización, Franco, Unamuno, Millán Astray, Carmen Polo, por
muy lograda que esté, si es un fin en sí misma, es un recurso que
se agota pronto, no vale una película. Así que con qué me quedo.
No sé si es la escena a
retener de
esta película dispersa, sin un asunto central, pero para mí lo ha
sido, la escena en la que Unamuno y su joven amigo enfilan la
carretera de Zamora para, a solas en
un alto,
sentados,
abordar la represión franquista que va haciendo desaparecen en las
cunetas a sus conocidos y amigos. Los
dos amigos, embarcados en bandos diferentes, se enzarzan no en una
discusión racional sino en reproches genéricos sobre lo malvado que
es el otro bando. La
cámara que,
hacia atrás, los va dejando solos en planos cada vez más largos, lo
que nos muestra
es el alzar de brazos, la agitación convulsa de las manos y el
impulso agresivo de los cuerpos, aminorando
el ruido de sus voces.
Es una película triste, enormemente triste, o con ese estado de
ánimo me ha dejado, porque parece que no hayamos salido de ahí.
El
crack cero
No
es que esperase mucho de esta película, pero no esperaba tan poco.
Todo es pobre en ella, el guion que no levanta suspense alguno, los
actores, quizá por falta de hondura en la que abismarse, casi
siempre sentados, frente a frente con una mesa de por medio, los
escenarios hechos a retazos, aprovechando material de viejas
películas, la realización, plano contra plano, en oficinas,
seguidos de una vista cenital o un picado sobre la Gran Vía de
Madrid, un bucle, como si en el cine no hubiese más. ¡Clasicismo!
Lo del blanco y negro es lo de menos, hay hermosísimas películas en
blanco y negro, y hasta la época, la muerte de Franco se da en
directo, podría pedirlo, pero contribuye a su pobreza, no una
pobreza material sino espiritual. Por qué.
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