Da
un paso el tiempo y el lugar donde antes estabas se convierte en
ficción. Lo que ocurrió lo recordamos o alguien nos lo recuerda o
lo dejamos en manos de profesionales que nos lo hacen ver a su
manera. La historia en un cuento que alguien nos cuenta con mayor o
menor fidelidad. Un ejemplo. Creemos que en la Guerra fría no hubo
combates, sangre o muertos. Los hubo. Ivan Krastev y Stephen Holmes,
en La luz que se apaga, nos recuerdan que cuando los sistemas
colapsan, como ocurrió con el comunismo en 1989, muere gente “de
manera tan inexorable como en una guerra a fuego”. En la década de
los 90, la etapa inmediatamente posterior al colapso, la esperanza de
vida, tanto de la antigua URSS como de los países del Este de Europa
cayó en picado. En Rusia entre 1989 y 1995 hubo entre 1,3 y 1,7
millones de muertes prematuras; la esperanza de vida cayó de 70 años
en 1989 a 64 en 1995. Suicidios, abuso de alcohol y drogas y
enfermedades cardiovasculares y hepáticas estarían entre las
causas. Con estos datos se entiende algo mejor a Putin y su política de ficción, es decir, sustituyendo la realidad por mentira y manipulación.
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