“Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley” (Lucas 2:23-24)
Paseaba
junto al río, miraba la corriente, el jugueteo en
el césped de
dos
cachorros con un
perro adulto,
aturdido
por
pensamientos recurrentes, ausente de
mí y de
las cosas,
a
la
caza del
escurridizo silencio, hasta
que he visto a la gente alzar la vista, qué miraban, lo
que miraban era el voltear de las campanas en la torre sur
de
la catedral, entonces
he alzado la
vista yo
también y el sonido se
ha hecho presente, me
ha invadido, me
ha llenado, bajo
la bóveda del Arco de Santa Maria me
abrumaba,
pero no
como molestia sino como inyección
gozosa,
como
algo grato que también
me
volteaba, he
subido el
tramo de escaleras junto a otros,
quizá
como yo atraídos por la exaltación
de las campanas, y
he
entrado
en
la
capilla
de Santa tecla,
sonaba
el órgano, voces blancas cantaban el Gloria, la multitud de
pie silenciosa,
he buscado asiento y me he dejado llevar por la
irrupción de lo misterioso en mi corazón profano, viejos de cabeza
romana ocupaban la grada detrás del altar y entonaban la réplica
con voces roncas, con la misma dignidad de quien espera el turno en
el cadalso, un
chico, con el pelo recortado a lo punk y un arillo en la oreja,
sostenía una tablet ante el micrófono, detrás, en el atril del
evangelio,
un sacerdote con roquete, un libro de tapas negras,
me
he dejado llevar
por esa poesía ceremoniosa, los ropajes, casullas
en
los viejos,
albas
en
el
coro de niños,
las candelas, el sonido del órgano imponente, el escenario barroco y
colorista de la capilla, el ritmo medido y teatral de la
representación,
sin la
que la liturgia no es posible, sin la
que una organización tan vieja no podría haber prosperado
tanto tiempo,
incluso
cuando me iba, tras la disruptiva
homilía
de un hombre con voz aguardentosa, ya en el atrio, el sonido del
órgano, las voces blancas, me invitaban a volver, a integrar mi
soledad en la comunidad de los fieles, porque si no lo hacía
seguiría sintiendo el
extravío
del extranjero, y
así
era
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