domingo, 2 de febrero de 2020

Candelaria



Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley” (Lucas 2:23-24)

Paseaba junto al río, miraba la corriente, el jugueteo en el césped de dos cachorros con un perro adulto, aturdido por pensamientos recurrentes, ausente de mí y de las cosas, a la caza del escurridizo silencio, hasta que he visto a la gente alzar la vista, qué miraban, lo que miraban era el voltear de las campanas en la torre sur de la catedral, entonces he alzado la vista yo también y el sonido se ha hecho presente, me ha invadido, me ha llenado, bajo la bóveda del Arco de Santa Maria me abrumaba, pero no como molestia sino como inyección gozosa, como algo grato que también me volteaba, he subido el tramo de escaleras junto a otros, quizá como yo atraídos por la exaltación de las campanas, y he entrado en la capilla de Santa tecla,

sonaba el órgano, voces blancas cantaban el Gloria, la multitud de pie silenciosa, he buscado asiento y me he dejado llevar por la irrupción de lo misterioso en mi corazón profano, viejos de cabeza romana ocupaban la grada detrás del altar y entonaban la réplica con voces roncas, con la misma dignidad de quien espera el turno en el cadalso, un chico, con el pelo recortado a lo punk y un arillo en la oreja, sostenía una tablet ante el micrófono, detrás, en el atril del evangelio, un sacerdote con roquete, un libro de tapas negras,

me he dejado llevar por esa poesía ceremoniosa, los ropajes, casullas en los viejos, albas en el coro de niños, las candelas, el sonido del órgano imponente, el escenario barroco y colorista de la capilla, el ritmo medido y teatral de la representación, sin la que la liturgia no es posible, sin la que una organización tan vieja no podría haber prosperado tanto tiempo, incluso cuando me iba, tras la disruptiva homilía de un hombre con voz aguardentosa, ya en el atrio, el sonido del órgano, las voces blancas, me invitaban a volver, a integrar mi soledad en la comunidad de los fieles, porque si no lo hacía seguiría sintiendo el extravío del extranjero, y así era


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