Un
pueblo está vivo si actualiza sus clásicos. Entendiendo por pueblo
un grupo de gente, más o menos amplio, que está en conversación
continua consigo mismo, sin desdeñar claro está lo que le viene de
fuera, y por clásicos todo aquello que en la tradición de su lengua
y cultura lo ha formado. Cada vez más ese pueblo es global y la
conversación universal, sin embargo sigue habiendo problemas
específicos que se han de resolver localmente. Viene esto a cuento
de la lectura de esta Historia
del silencio,
que en realidad es un seguido de citas de cómo la tradición
francesa, con algunos añadidos, se ha enfrentado al ruido ambiente y
a la necesidad de silencio. Es algo que me sorprende y apena, la
constatación de cómo para los actuales autores franceses e
ingleses, más para estos que para aquellos, la cultura propia sigue
viva y su pensamiento y modo de decir se engarza en
una
tradición, y en cambio la gran tradición de la cultura española,
del XVI y XVII especialmente, está ausente de nuestra actual
conversación, si es que tal cosa existiese. De
ahí podría derivarse nuestra actual falta de sustancia. Todo es
ruido y sinsentido, todo hablar en la actual conversación española
parece
estar
de más.
Alain
Corbin hace en el libro más
una
inmersión en lo
que
los grandes autores han dicho
sobre el silencio que una reflexión propia, a la manera de los
estoicos, por ejemplo, que es donde creo que habría que bucear,
sobre la necesidad de amortiguar el ruido que nos llega del exterior
para poder callarnos y quedar a la espera de lo que habita en nuestro
interior. Tras una ligera pasada por los clásicos, se detiene en los
escritores franceses, con una breve incursión en el misticismo
español, y lo que encuentra es que el silencio que se echa en
falta
es el silencio de Dios. Si hiciésemos caso a la historia que este
libro traza no habría habido más empeño filosófico que el de
hacer silencio en nuestro interior para poder oír la voz del
Ausente.
Vistas
así las cosas, el libro me ha resultado decepcionante. Como muchos,
creo que atravesamos una fase de alboroto. Se
impone el
ruido alrededor, la tecnología lo ha amplificado, buscamos el medio
para que cualquier minuto, desde
el zumbido que nos despierta por las mañanas al parpadeo del sueño
ante una pantalla ya en la noche,
esté ocupado en algo, como si tuviésemos pánico al silencio, a
quedarnos a solas con nosotros mismos. Esa
reflexión necesaria está ausente del libro. Toda
esa poesía con que los grandes autores franceses rebozan el silencio
("La
muerte, que es tan poética porque toca a las cosas inmortales, y tan
misteriosa a causa de su silencio",
Chateaubriand; "al
escribir, todos queremos, sin darnos cuenta, guardar silencio",
Blanchot)
hace que este desaparezca entre la hojarasca retórica. No
es una meditación, como podría pensarse que promete el título,
sobre la ausencia del silencio en la vida contemporánea sino
mera cita. Entre tanta, por supuesto, hay muchas que merecen la pena detenerse en ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario