Cuenta
Olga Tokarczuk, en Los errantes, que tras morir de una pericarditis
en su apartamento de la Place Vendôme de París, a los 39 años, y
ser enterrado en el Père Lachaise, Ludwika, su hermana, pudo pasar el
corazón de su hermano Frédéric Chopin por la frontera entre el
imperio alemán y el ruso, para entregárselo a los nacionalistas
polacos, gracias a que lo escondía en un tarro bañado en coñac
bajo el miriñaque. El músico, antes de morir, le había pedido que le extirparan el corazón porque tenía terror a ser
enterrado vivo.
Según
cuenta el cura que lo atendió, en sus memorias, estas fueron las
últimas palabras de Chopin: "Ya estoy en el manantial de la
felicidad". No era cierto, se lo inventó. Hubo un breve paréntesis en la
historia de Europa en que estuvimos a solas con la verdad. La
experiencia fue tan terrorífica que ahora estamos dispuestos a creer
cualquier cosa.
De
la multitud que escuchaba el Requiem de Mozart el 30 de octubre de
1849, en el funeral del compositor, las voces de la soprano y la
contralto tras un cortinaje porque las mujeres no podían cantar en
la iglesia de la Madeleine, nadie queda vivo. La mayoría de ellos
pensó que tras su muerte sería acogido en la gloria de Dios. Muy
poco después, la gente dejó de pensar que eso era posible. Esta es
la cronología.
Chopin murió en la gloria de Dios en 1849.
Un año antes, en 1848, Marx soltó un fantasma en Europa con la intención de suplantar a un Dios que presumía moribundo.
Nietzsche firmó el acta de defunción, la de Dios, en 1882, en La gaya ciencia.
Ese año comenzó La Era de la «Conciencia desventurada».
La suplantación del Comunismo duró 72 años, de 1917 a 1989.
Después, tras el desamparo total, a algunos les ha dado por creer en cualquier cosa:
Los húngaros en Víctor Orban, desde 1998.
Desde el 2000 Putin es Rusia.
La mitad de los norteamericanos en Donald Trump, desde 2017.
La mitad de los catalanes levantaron el frágil andamiaje de un dios menor, en el mismo 2017.
Pedro Sánchez, en una operación indescriptible, en este 2020, ha sacado un vicepresidente de los despojos de 1989 y dado carta de naturaleza al diosecillo catalán.
Y luego está sánchez, el mismo pedro sánchez.
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