viernes, 31 de enero de 2020

El partido de las mujeres



Durante un tiempo fueron las religiones, únicas y verdaderas. El enviado bajaba con los mandamientos del monte, inscritos en piedra para que fuesen duraderos. Hubo que dar el paso, pasar de la montaña abrupta al castillo y sus guerreros, al palacio y su refinamiento y a la plaza del pueblo. El partido de Dios, el partido socialcristiano o el Partido, simplemente. Un paso más acá obró la disgregación y apareció la identidad, a veces ocultando la palabra ‘partido’: Espartaco, el partido de los negros, el partido húngaro o el checo, el partido gay, el partido trans: "Aquí he nacido, este país es mío". “Mi cuerpo me pertenece”. “No pongas tu mano sobre mi cuerpo”. Cada religión se declaraba propietaria de las almas, cada partido establecía las normas del recto uso de los cuerpos, de todos los cuerpos. Cada partido (movimiento) de la identidad declaraba que sólo él podía comprender y marcar el camino de obligada dirección.

¿Quién sino los indios precolombinos pueden hablarnos de su postración y exterminio? ¿Y de los esclavos, es que alguien podría hablar por ellos? ¿Y los proletarios? ¿Y los colonizados? ¿Quién sino los perros pueden entender de perros? ¿Acaso no hay que ser piedra para entender la esencia de la piedra, su composición?


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