domingo, 24 de febrero de 2019

14 de julio, de Éric Vuillard



El fuego es algo maravilloso. Pero el fuego que destruye es todavía más bello”.

          El autor, Éric Vuillard, se ha hecho famoso con El orden del día, premio Goncourt: la subida de Hitler al poder con el apoyo más o menos disimulado de los grandes empresarios alemanes. No me gustó. Ahora editan, al socaire de la fama, una novela anterior dedicada a la toma de la Bastilla. Vuillard gusta del género híbrido entre lo novelesco y la historia verdadera. Ahí está el gran acontecimiento en sus detalles decisivos que nadie ha visto. Pero no es ninguna de las dos cosas, ni novela ni ensayo. El objetivo que se propone es desbaratar la mala imagen de la multitud o de la turba buscando rostros, nombres, profesiones, figuras en la masa, agitándose en ella, heroificándolas. Eso que tan de moda está ahora: bomberos apagando llamas, héroes, policías haciendo su trabajo, héroes, voluntarios en el bosque y en el Mediterráneo. Todos héroes. En el 14 de julio, carreteros, toneleros, carpinteros, orfebres, panaderos despojando la maraña de la historia, bajando del poder a la aristocracia. Como los chalecos amarillos de ahora, dice Vuillard. Cada uno tiene media página a lo sumo para emerger de la oscuridad y volver a ella, insuficiente para que se despierte la emoción del lector y pueda acompañarle echando abajo fortificaciones, murallas, abriendo las compuertas de la historia. Como novela es aburrida, y ya es raro dada la trascendencia del hecho, y como ensayo es endeble, nada apuntala la tesis, la emergencia por vez primera de la gente de a pie en los grandes acontecimientos que rompieron el dique hacia la edad contemporánea. El autor imbuido del estusiasmo populista quiere rehacer el relato histórico, reconstruir la historia, pero no convence ni hay argumentos ni, a pesar del populismo, emociones. Hay niños heridos y mujeres y putas bondadosas que no buscan clientes sino cuidar a los caídos. Una visión seráfica, angelina o mejor, luciferina, o sea, ángeles caídos cuya ira revolucionaria salva al mundo. Ni siquiera hay muertos, bueno sí, algún cadáver:
Una corneja picotea el hombro de un cadáver sentado contra una pared. (…) Su cráneo desnudo y lampiño brilla en el pavimento. Tiene el rostro ennegrecido y el pulgar arrancado. Siguen en su bolsillo las dos balas e plomo que se llevó dos horas antes de su casa; no habrá tenido ocasión de utizarlas”,

muertos del pueblo. La gente de a pie es objeto de violencia, los asaltantes derrocaron la Bastilla sin matar a nadie. Desconocimiento de la naturaleza humana se llama la figura. Ni novela ni historia, pues. Ellos sabrán, críticos y premiadores.


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