viernes, 22 de febrero de 2019

Negro el coche



            Ha sido al bajar la cuesta. Iba pensando en los correos rescatados del olvido, en las voces apagadas. El sol me daba de lado, del sur, subiendo por la avenida. La suelo cruzar en diagonal, atento a los coches que suben y a los que bajan. De abajo no venía ninguno, de los dos carriles que suben tampoco o eso creía confiado, pero allí estaba frenando y a continuación pitando con la rabia del motorizado que ve interrumpido su camino el coche oscuro, negro como la muerte. Tenía razón en pitarme de ese modo, no he hecho ningún gesto, me lo merecía. Entonces, aún antes de despegarme del morro del coche, de atravesar los carriles de subida, he pensado en ti, después de tanto tiempo. ¿Cuánto? Si hubiese muerto en ese instante, mis dedos restarían inmóviles antes de deshacerse en humedad y polvo, no verías estas letras, si alguna vez las miras, tú seguirías con tu vida, ignorante de la mía apagada. Tampoco yo no sabría nada si te apagases de repente, pasaría tiempo antes de que en mi memoria reapareciese la sonrisa con la que me halagabas. Y de qué serviría mi muerte si no reaparezco en el recuerdo que tu guardas de mí, aunque sea bajo las hoscas capas del olvido.


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