Ha
sido al bajar la cuesta. Iba pensando en los correos rescatados del
olvido, en las voces apagadas. El
sol me daba de lado, del sur, subiendo por la avenida. La suelo
cruzar en diagonal, atento a los coches que suben y a
los que bajan. De abajo no
venía ninguno,
de los dos carriles que suben
tampoco o eso creía confiado, pero allí estaba frenando y a
continuación pitando con la rabia del
motorizado que ve
interrumpido su camino el
coche oscuro, negro como la muerte. Tenía razón en pitarme de ese
modo, no he hecho ningún gesto, me
lo merecía. Entonces, aún antes de despegarme del morro del coche,
de atravesar los carriles de subida, he pensado en ti, después de
tanto tiempo. ¿Cuánto? Si hubiese muerto en ese instante, mis dedos
restarían inmóviles antes de deshacerse en humedad y polvo, no
verías estas letras, si alguna vez las miras, tú
seguirías con tu vida, ignorante de la mía apagada. Tampoco yo no
sabría nada si te apagases de
repente, pasaría
tiempo antes de que en mi memoria reapareciese la sonrisa con la que
me halagabas. Y de qué serviría mi muerte si no reaparezco en el
recuerdo que tu guardas de mí, aunque sea bajo las
hoscas capas del olvido.
viernes, 22 de febrero de 2019
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