lunes, 17 de septiembre de 2018

Barcelona no es tractoria




             Hay plazas, calles y barrios de Barcelona en los que hay que abrir bien el oído para oír español o catalán. Barcelona es una mixtura de idiomas, gentes y colores venidos de medio mundo: clase media europea e inmigrantes del tercer mundo, profesionales del norte, centro y este de Europa, trabajadores y comerciantes de Asia, América y África y muchos niños. Cómo podrá el nacionalismo atrapar a esa variopinta multitud en su sueño de una identidad única y común. Puede hacer que la mayoría de ellos sean aficionados del Barça, pero poco más. Si Pujol estuviese en sus cabales cogería una gran depresión. Cómo podrían los tractores que llegan a las grandes manifestaciones, como la del pasado 11 de septiembre, convertirse en una imagen tentadora para alguien que viene buscando ciudad. El nacionalismo, desde los Orban, Wilders, Salvini y demás lepenes europeos hasta los puigdemones caseros, es rural, vive en un imaginario de prados y montañas, cabras y panales de miel, pero los inmigrantes huyen de todo eso, atraídos por el engañoso brillo de la ciudad cosmopolita. Barcelona es el rompeolas del nacionalismo, está tomada por los patinetes eléctricos y el tractor no tiene sitio donde estacionarse. Y si al resto de España no le queda otra que convivir con esa pesadilla del nacionalismo, a los de tractoria tampoco les queda otra que compartir calles y plazas con gente que les desagrada profundamente. Para unos y otros no hay otra cosa que democracia y procedimientos, parlamento, leyes y respeto mutuo. Para todos, la esperanza de un renacimiento, de volver a la vitalidad de los setenta y ochenta está en la gran ciudad joven y desacomplejada que espera su momento.




No hay comentarios: