"Las
raíces de la tradición japonesa se remontaban a los literatos
chinos, que eran un híbrido entre confucianismo y taoísmo. Por la
parte del confucianismo les venia el lado serio. Cuya base era el
amor por el aprendizaje. ejemplificado en la primera línea de las
Analectas: “¿No es sin duda placentero adquirir conocimientos y
ejercitarse constantemente en ellos?" Del erudito confucianista
se esperaba que
estudiase
la sabiduría del pasado y que, en el proceso, adquiriese una virtud.
misteriosa que influiría en todo lo que estuviese a su alrededor. La
virtud se irradiaba y, según las antiguas enseñanzas, bastaba con
su mera posesión para transformar el mundo. Aquella era la lógica
que subyacía en el texto que vi la primera vez que abrí un libro de
filosofía china en el mercado de Randa: "Si deseas gobernar el
esta-
do,
pacifica primero a tu familia. Si quieres pacificar a tu familia,
primero disciplinate. Si quieres disciplinarte, primero endereza tu
corazón».
El
primer paso era saber cómo enderezar el corazón: la respuesta.
según se desarrolla en China, es la práctica de las artes. Además
de un vasto conocimiento sobre la literatura. se esperaba que los
literatos dominasen las Tres Perfecciones de la poesía, la pintura y
la caligrafia. Con el tiempo, esto acabó abarcando todas las bellas
artes relacionadas con el estudio académico: el trabajo del bambú,
de la cerámica, del metal, la talla de piedra, el papel, la tinta,
los pinceles, las piedras de tinta y mucho más.
No
obstante, la desventaja del confucianismo era el fuerte hincapié que
se hacía en la virtud. Aunque se nos enseña que «la virtud no mora
sola», una vida dedicada únicamente a la virtud no parece muy
atractiva. Ahí es donde entre el taoísmo".
"El
taoísmo era el mundo de sabios sin ataduras caminando por las
montañas. “El sabio da paseos, dijo el filósofo taoísta
Zhuangzi—; para él el conocimiento es una ramificación”. Los
taoístas veían la vida como algo tan libre como el agua o el
viento, ¿a quién le importaba la virtud? Amaban tanto las
montañas. las cascadas y la luna que el poeta Li BO se ahogó una
noche de fiesta en un barco porque se acercó al agua para abrazar la
luna. Eran eremitas que no querían nada más que alejarse del polvo
del mundo y disfrutar de la «conversación pura» con sus amigos.
Con
el tiempo, aquellas dos imágenes opuestas —la del erudito
cultivado y la del amante de la naturaleza de espíritu libre— se
aunaron en un solo ideal: el literato".
(Alex Kerr, Japón perdido)
(Alex Kerr, Japón perdido)
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