Quince
personas, esa era toda la audiencia. Es verdad que el invierno ha
sido un huésped incómodo, que ha tenido que marcharse con estrépito
porque ya nadie soportaba su presencia, y que, cuando ha llegado el
sol, todo el mundo ha salido a la calle a tomarlo a cucharadas, pero
aún así, se trataba de Antonio Machado, y de León Felipe. A esta
ciudad, que posee el mejor archivo del poeta mayor del siglo XX
español y que guarda la mayor colección de su biblioteca personal,
no le ha interesado la charla que han mantenido Gonzalo Santonja y
Fanny Rubio. Y han dicho cosas interesantes, quizá la más
llamativa, la que hilaba el coloquio, haya sido que aquellos versos
que Machado guardaba en su gabán cuando murió en Colliure, junto a
otro papel con el comienzo del monólogo de Hamlet y otro con
correcciones a un poema para Guiomar, los considerados últimos
versos que escribió, Estos días azules, y este sol de la
infancia, fuesen un recuerdo o la continuación de la
conversación que mantenía con su amigo León Felipe, con el que
venía dialogando desde la muerte de sus dos mentores Juan Ramón y
Unamuno. Antonio Machado no estaba solo cuando murió, lo acompañaba
su amigo León Felipe. Quince personas interesadas en el mayor poeta
de España.
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