miércoles, 7 de marzo de 2018

Señales



1. En una terraza callejera, al pasar, junto al ayuntamiento. Una mesa de aluminio, dos sillas, dos mujeres al sol. Gafas negras, abrigos de geometría variable. Una voz ahuecada, los dedos de ambas manos de la mujer estirados como engranajes listos para encajar, dice,

- Es la confluencia de dos factores bastante determinantes

2. En el café. Llega una mujer alta, con largo abrigo hasta los tobillos. Deposita la bandeja en la mesa de contrachapado, coge el teléfono

- Dios te salve María

La mitad de la oración la canta al teléfono, la otra mitad se la canta Mari, al otro lado de la línea. Siguen breves frases religiosas, bien moduladas, lentamente dichas, con voz cálida y dulce. Luego, otra vez el Ave María. Cuando parece que acaban,

- ¿Rezamos el ‘Dios te salve’?

Y así lo hacen, con una letra que sólo conozco a medias, más poética, más doliente, pero muy cálida, la voz convertida en abrazo.

3. Un hombre en medio de la plaza que se abre desde la biblioteca, pelo y barba canos, atlético, vaquero y jersey bicolor ceñidos, muy enfadado, tanto que el puro grito hace sus palabras ininteligibles. Camina, ventilando su enfado, el móvil pegado a la oreja, en la otra mano un periódico arrugado.

4. Pero lo que quería contar era otra cosa. Hay días en que nada sucede y otros que amanecen para que sucedan cosas. Hoy amanecía, eran las ocho, cuando marchaba con la bici por el carril bici de la Avenida Manel Girona. No había mucho tráfico y el carril estaba expedito. Marchaba pensando que al final de la calle giraría hacia la Calle Mayor y luego enfilaría hacia el aeropuerto, cuando en el paso de cebra, salido de la nada, se me ha puesto delante un carrito de bebé. He gritado, he frenado, he movido el pie derecho para soltarlo del anclaje, pero no me daba tiempo, me he visto en el suelo. La bici ha pegado un salto, se ha quedado clavada, inmóvil, estática, a un milímetro del carrito, que ha seguido adelante. No me he caído. La madre que lo empujaba quizá ha levantado una ceja del móvil, pero no para verme, sino para ver un metro más adelante si por la calzada central venía un coche, una centésima de segundo, quizá, para volver de nuevo al móvil. Yo no podía haber visto el carrito porque una furgoneta aparcada me lo impedía, para la madre el carril bici no existía, sólo la doble calzada de los coches, creo que tampoco el carrito ni el bebé que iba dentro existían, si es que dentro iba un bebé, sólo el móvil y lo que dentro del móvil hubiese. He respirado, porque un milímetro me ha salvado de ser el asesino de un bebé, si es que dentro del iba un bebé.


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