1.
En una terraza callejera, al pasar, junto al ayuntamiento. Una mesa
de aluminio, dos sillas, dos mujeres al sol. Gafas negras, abrigos de
geometría variable. Una voz ahuecada, los dedos de ambas manos de la
mujer estirados como engranajes listos para encajar, dice,
-
Es la confluencia de dos factores bastante determinantes
2.
En el café. Llega una mujer alta, con largo abrigo hasta los
tobillos. Deposita la bandeja en la mesa de contrachapado, coge el
teléfono
-
Dios te salve María
La
mitad de la oración la canta al teléfono, la otra mitad se la canta
Mari, al otro lado de la línea. Siguen breves frases religiosas,
bien moduladas, lentamente dichas, con voz cálida y dulce. Luego,
otra vez el Ave María. Cuando parece que acaban,
-
¿Rezamos el ‘Dios te salve’?
Y
así lo hacen, con una letra que sólo conozco a medias, más
poética, más doliente, pero muy cálida, la voz convertida en
abrazo.
3.
Un hombre en medio de la plaza que se abre desde la biblioteca, pelo
y barba canos, atlético, vaquero y jersey bicolor ceñidos, muy
enfadado, tanto que el puro grito hace sus palabras ininteligibles.
Camina, ventilando su enfado, el móvil pegado a la oreja, en la otra
mano un periódico arrugado.
4.
Pero lo que quería contar era otra cosa. Hay días en que nada
sucede y otros que amanecen para que sucedan cosas. Hoy amanecía,
eran las ocho, cuando marchaba con la bici por el carril bici de la
Avenida Manel Girona. No había mucho tráfico y el carril estaba
expedito. Marchaba pensando que al final de la calle giraría hacia
la Calle Mayor y luego enfilaría hacia el aeropuerto, cuando en el
paso de cebra, salido de la nada, se me ha puesto delante un carrito
de bebé. He gritado, he frenado, he movido el pie derecho para
soltarlo del anclaje, pero no me daba tiempo, me he visto en el
suelo. La bici ha pegado un salto, se ha quedado clavada, inmóvil,
estática, a un milímetro del carrito, que ha seguido adelante. No
me he caído. La madre que lo empujaba quizá ha levantado una ceja
del móvil, pero no para verme, sino para ver un metro más adelante
si por la calzada central venía un coche, una centésima de segundo,
quizá, para volver de nuevo al móvil. Yo no podía haber visto el
carrito porque una furgoneta aparcada me lo impedía, para la madre
el carril bici no existía, sólo la doble calzada de los coches,
creo que tampoco el carrito ni el bebé que iba dentro existían, si
es que dentro iba un bebé, sólo el móvil y lo que dentro del móvil
hubiese. He respirado, porque un milímetro me ha salvado de ser el
asesino de un bebé, si es que dentro del iba un bebé.
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