Retirada del Marqués de Comillas por el Ayuntamiento de Barcelona |
Carta
a un amigo
Dices
que el consistorio baraja la idea de sustituir la depuesta estatua
del marqués negrero por la del bondadoso Mandela, ¿cree que es una
buena idea? ¿Inventar un pasado idílico para la ciudad no atenta contra la verdad de la historia? ¿Cuál es la intención, proteger a
la población inocente de los miasmas del pasado? ¿Proclamar a los
cuatro vientos lo bondadosos que somos por comparación?
Necesitamos
saber para ser libres y adultos. Barcelona fue hecha por empresarios
valientes y honrados y también por empresarios sin entrañas que
construyeron el Ensanche, los bancos, los palacios, las avenidas, las
plazas que ahora disfrutamos llenando Cuba de esclavos negros y explotando a los
trabajadores de aquí. Mandela no estaba entre los unos ni entre los
otros, lo cual no quiere decir que no merezca una calle.
Sustituir la realidad por un santoral expurgado de malas hierbas es
levantar un mundo feliz. ¿Qué diferencia hay entre el santoral que
desmontamos y el que queremos imponer? ¿Qué impide al próximo
consistorio revertir los cambios? ¿Qué diferencia hay entre ese
gesto y el de los independentistas de Girona que sustituyen la Plaza
de la Constitución por la Plaza del 1º de Octubre? Convendrás que
no es un gesto amistoso, que no busca el acuerdo, la convivencia, la
integración. Si los pisarello y las colau ejercen una equidistancia
favorable a los indepes no es por un error de apreciación, me
inclino a pensar que es una consecuencia de su ideología populista,
para ellos la libertad, el acuerdo, la igualdad de derechos de todos
los catalanes no son valores superiores sino tácticos. No puede
entenderse de otro modo el desprecio de los derechos de parte de sus
votantes y de, al menos, la mitad de la población de su ciudad.
Las
estatuas de las plazas, el nombre de las calles, los adornos de los
frisos y cornisas en las fachadas de las casas del Ensanche son el
libro abierto de la historia de la ciudad. No podemos rehacerlo,
desmontar todo lo que tiene un oscuro origen (¿el Palacio del MNAC,
'el pueblo español', los bustos, palacio y parque de los Güell o de
Cambó, la fuente del negrito de la palangana de la Diagonal?) para
demostrar que somos mejores que nuestros antepasados y mejores que
nuestros enemigos políticos actuales, porque hurtamos a quien no lo
sepa la verdad de cómo se levantó una ciudad que muchos admiran. Y
hurtamos, igualmente, el debate, que ha de producirse en cada época,
sobre si debemos compensar, y cómo, a quienes sufrieron la ignominia
en nombre de nuestro bienestar y hasta qué punto la revolución
industrial y el bienestar de la ciudad en el XIX se apoyaron en la
acumulación
de capital asociada a la trata de esclavos.
Cuando
paseaba por la plaza donde se alzaba la estatua del Marqués de
Comillas, les explicaba a mis hijos la historia de ese hombre,
aquello que le había elevado sobre los demás. Lo mismo me sucedía
cuando organizaba un recorrido por la Barcelona del XIX, con alumnos.
También en el castillo de Montjuic, con la ecuestre de Franco. Ahora
gracias a tantas órdenes bondadosas ya no lo podré hacer. La
experiencia nos enseña que es más honrado y efectivo explicar las
cosas con el documento de civilización/barbarie (Walter Benjamin)
delante de los ojos que fiarlo a la persuasión de solo palabras o
con una exposición donde el relato histórico está precocinado.
Franco y el marqués de Comillas forman parte del sustrato de la
ciudad, están más próximos a nosotros que los faraones, por eso
generan polémica.
Pisarello
al desmontar la estatua se erige en comisario de lo históricamente
correcto, como cura de la moral o policía de las costumbres ¿ha de
proteger la inocencia política de mis hijos o de mis nietos?, ¿en
razón de qué, con que respaldo, con qué legitimidad? Si los jueces
dictan sentencia condenatoria por corrupción, ¿borraremos de plazas
y calles, de libros y videotecas toda huella de Jordi Pujol? Además,
todo documento es documento del estado cambiante del tejido moral de
la sociedad que lo produce. ¿En nombre de quién descabalgamos al
marqués, en nombre de la sociedad que lo subió a la peana, en
nombre de los escasos votos que han encumbrado a Pisarello, Ada
mediante, o en nombre de los barceloneses del futuro que querrían
desconocer lo que sucedió en el pasado?
En
fin, ¿no sería mejor explicar el pasado que borrarlo, apostar
por la pedagogía en vez de por la demagogia? El populista actúa
como contraparte del reaccionario que pretende dejar en evidencia, su
cara inversa. Mentir, ocultar, es reaccionario. Me resulta
incomprensible que una parte de la izquierda, antaño ilustrada, se
haya dejado impresionar por la levedad política de l@s colaus.
PS.
Qué ganamos haciendo ostentación de lo obvio, que Comillas era un
esclavista, que el esclavismo es un mal. Esa batalla se libró y se
ganó a mediados del siglo XIX, ¿Qué sentido tiene reactivarla
ahora? Sólo desde la mala fe y desde el oportunismo se puede hacer.
Progresamos, ganamos libertad, cuando debatimos sobre asuntos arduos,
donde la moral está en el filo. Aquí
un ejemplo. Proclamar lo obvio no nos hace mejores personas, nos
entontece.
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