He
cogido el bus. Son cinco paradas hasta la Plaza de España, junto a
los taxis, me dice el conductor. He caminado más de lo que preveía.
Calles anchas, terrazas. Es la primera vez que vengo por esta zona.
Para entrar en el oulet hay que bajar unas escaleras que dan a
una amplia plaza. Alrededor están las tiendas. No hay mucha gente. Ha dejado de llover, el viento alborota los peinados. La típica música de centro comercial llena el ambiente. No tengo
una idea precisa sobre qué comprar. Quizá un macuto con ruedas para
mi próximo viaje. Me aconsejan no llevar maleta porque los mulos del
treking no podrán cargarla.
Miro
en las tiendas de maletas pero no hay nada que me satisfaga. Todas
tienen un duro respaldo para las ruedas. Entro en una tienda de gafas
de sol. Me pruebo unas cuantas. Un chico, con la camisa gris perla y
el pantalón negro ajustadísimos, me informa, su aliento pegado a mi nariz. Le digo que quiero
unas gafas para hacer deporte, montaña, bici. Aprendo nombres de
marcas nuevas y técnicas específicas para aminorar el brillo. Me
recomienda un par. Me las llevo. No las pongas dentro de su estuche,
le digo, me las llevo puestas.
Cuando por la tarde llego al hospital llevo las gafas puestas.
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