Qué
tristes estas alargadas tardes de noviembre, tras el cambio de hora,
que nos arrebatan la luz y nos sumergen en las sombras prolongadas
del invierno, aunque este aún no haya llegado, tristes por
imponernos una melancolía no buscada, más tristes si la ciudad en
la que vives se ve barrida por el viento helado del nordeste,
cubierta con un cielo grisáceo por el que chorrea una misérrima
lluvia, tan fría que invita a quedarse en casa cuando aún no estás
preparado para hacer vida de interior, aunque ahí estén los libros
y los cuadernos, la butaca, la mesa, todos esos recuerdos con los que
trabajar y morir. Exige un esfuerzo enorme no contagiarse de ese
abandono cuando ayer mismo asistías al fluir de la vida y sus
colores, al despliegue de la belleza otoñal en las riveras de los
ríos, cuando el soplo áureo del sol te empujaba por las lindes del
bosque y sentías que la tarde era un paréntesis necesario. Sabes
que la vida es calor y movimiento.
lunes, 13 de noviembre de 2017
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