Dejad hablar a la silente música.
(Antonio Colinas)
Sí,
es en el silencio donde suceden las cosas, también en la lentitud,
en el silencio que emerge de la lentitud, las cosas que merecen la
pena. No es necesario caer en mística alguna, someterse a algún
tipo de esclavitud mental, para darse cuenta de que algo no funciona
en el tipo de vida al que estamos abocados por culpa de la prisa, de
la tecnología, de la vida líquida que se escurre sin darnos cuenta
de que eso no es vivir. Si uno vive la experiencia de dejarse llevar
por los ritmos de la naturaleza: levantarse con el sol, acostarse no
mucho después de que la noche extienda su capa, alimentarse con lo
necesario, desdeñando la comida industrial, los preparados, moverse
como lo hacen el resto de los seres vivos que junto a nosotros
pueblan la tierra, que si uno se baja de la locura en la que el mundo
ha entrado, obtendrá su recompensa. Los sentidos se abren, se
recuperan de la atrofia al que el totalismo de la visión les ha
llevado, y empezamos a oír lo que antes no distinguíamos, a oler, a
sentir lo que aparece oculto por capas de artificio. Sé que hay una
dosis de egoísmo en esta concepción de la vida, poner por delante
el disfrute sensorial del mundo, procura una felicidad solitaria,
exige abstraerse de los problemas que acompañan una existencia
compartida, pero sólo si uno rebaja sus expectativas, si reduce al
mínimo los deseos, podrá contemplar una vida juntos bajo supuestos
más saludables.
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