Me
gustan las pelis y las series del oeste, no todas, por supuesto, sino
las que están bien hechas y responden a las reglas del código,
aunque haya algunas que las reelaboren o se las salten. En general la
literatura o el cine de género me aburren. Es raro encontrar una
obra maestra entre ellas, quizá porque es difícil dar con el punto
medio entre código y renovación. El arte siempre está renovándose,
las obras maestras beben de la tradición al tiempo que abren caminos
inexplorados. Se podría decir, incluso, que toda la literatura y
todo el cine producen obras de género y que las obras que respetamos
y que perduran son aquellas que más se saltan las reglas pero sin
eliminarlas del todo. De todos los géneros el que más admiro es el
western. Quizá porque de todos es el que mejor responde a nuestros
ideales de justicia. En general, las historias que cuenta se
desarrollan en amplios y luminosos paisajes, las injusticias son
claras y contundentes, y los personajes que aparecen expresan
contradicciones definidas y solventables, enfrentando a malvados y
virtuosos, prepotentes e indefensos, perversos e inocentes. Los roles
son diáfanos e incluso a los personajes dudosos o cobardes se les
ofrece una segunda oportunidad de redención. A todos nos gustaría
que nuestros principios morales pudiesen desarrollarse en condiciones
nítidas, sin ambigüedad, donde supiésemos en cada momento dónde
está el bien y dónde el mal y que nuestra actitud y comportamiento
no ofreciese nunca dudas. Sabemos que en la vida real, salvo en
contextos de fanatismo, las líneas de separación son brumosas, que
se nos presentan dilemas entre los que es difícil optar, que nos
cuesta pronunciarnos ante los actos de los demás, que un hecho no se
da en una cámara de vacío, siempre hay circunstancias atenuantes,
incluso en nosotros mismos vemos un lado oscuro que nos atemoriza.
Por eso nos gustan los western porque podemos proyectar en ellos la
realización de nuestros ideales puros.
Aunque
el western parece un género en decadencia, la edad de oro de las
series de televisión que estamos viviendo lo ha revitalizado con
algunas creaciones magistrales. La mayor de todas, desde mi punto de
vista, es Deadwood (2004-2006). También me han gustado, en
mayor o menor grado, Westworld, Justified o Hatfields
& McCoys. Ahora Netflix está pasando Godless (2017).
Es breve, siete capítulos, lo cual es de agradecer. He dejado de ver
en alguna temporada algunas series muy notables (Los soprano, Mad
Men, The Wire, Breaking Bad) para liberarme de la esclavitud que
supone darles tantas horas de mi tiempo, aunque haya disfrutado con
ellas. Godless, respondiendo a las reglas del género,
introduce algunas variaciones interesantes, que ya han sido ensayadas
antes: la más llamativa, quizá, el papel que da a las mujeres. La
acción sucede en un pueblo de mineros donde sólo quedan mujeres
porque sus maridos murieron en un accidente. No es que los hombres
desaparezcan, no, si es un western eso parece imposible, pero las
mujeres asumen papeles que antes no se les asignaban, como el que
interpreta Merritt Wever. Además casi todos los personajes que
aparecen tienen algún elemento de complejidad, incluso el malvado,
que es el más interesante de la serie, excelente Jeff Daniels, muy
por encima del guapo protagonista. Aunque empieza a ser costumbre que
los guapos, jóvenes y valientes protas sean cada vez más
prescindibles. En fin, una serie muy recomendable.
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