
El
Destino. ¿Puede uno escapar al designio de los hados? Henri Neville
es un conde belga al final de una saga familiar. Su familia está en
la ruina y no le queda otra que vender el castillo. Pero antes se
prepara para la última gran fiesta de despedida. Al mismo tiempo una
vidente le augura que en esa fiesta matará a un invitado. Para
colmo, Neville bautizó a sus dos primeros hijos como Oreste y
Èlectre, y aunque a su tercera hija no la bautizó como Iphigenie,
sino como Serieuse, todo lleva a que en la familia se reproduzca la
tragedia de los átridas. Neville será Agamenón y Seriese su
Ifigenia. La predicción no dice a quien matará Henri, solo que será
a un invitado, pero tras varios descartes y una larga conversación
con su hija adolescente, Henri llega a la convicción, no razonada,
de que es su deber, reforzado por su raigambre aristocrática,
cumplir con el deseo de su hija. Esta historia, que sigue paso a paso
el relato de El crimen de sir Arthur Saville, de Oscar Wilde,
es un cuento moral, a medio camino entre los cuentos infantiles donde
lo irracional está permitido y la tragedia clásica donde los
personajes son el juguete de las fuerzas del destino. El humor, la
burla, la ironía son los mecanismos que permiten que el lector pase
por sus inconsecuencias sin grave contratiempo para la verosimilitud.
Conviene pues leer a la par ambos relatos, en una mano a Wilde y en
la otra a Nothomb, para apreciar como se desenvuelve cada uno en el
género burlesco, con lo que el disfrute será mayor.
Amelie
Nothomb con una escritura ágil y aparentemente liviana va llevando
de la comedia al destino trágico a unos personajes que viven en un
mundo que no es el suyo o que está dejando de serlo, atendiendo a
unas convenciones antiguas, las de la nobleza, desterradas del mundo
moderno. En el contraste entre lo antiguo y lo moderno, entre las
viejas convenciones basadas en el honor y el deber y las nuevas, las
del lector, está la gracia que hace marchar esta comedia. Lo mejor,
los diálogos entre padre e hija, tanto que es esperable que alguien
se atreva a convertir esta deliciosa novela en una comedia que se
represente en el teatro. En general, a Amelie Nothomb podría
aplicársele lo que Borges decía de Oscar Wilde que, a diferencia de
otros escritores que tratan de parecer profundos, Wilde esencialmente
lo era, aunque trataba de parecer frívolo.
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