El
cerro estaba despejado,
amplísimas
vistas sobre el azul:
agua,
montañas, cielo,
un
chorro de luz sobre la tarde extendida,
la
línea de la carretera se perdía a lo lejos,
ondulándose.
Silencio.
Dónde
está el hombre.
Hay
algunas casas aisladas,
una
lámpara prendida en un porche,
coches,
autocaravanas, indicios,
un crujido en la presión del aire,
un crujido en la presión del aire,
quizá
un pato ártico cruza el lago,
pero
sí, ahí hay uno,
tras
el marco verde de la ventana,
una
silueta en las sombras,
echado
sobre una mecedora de ikea,
absorto,
inmóvil, hacia adentro.
Quizá
su polar fuera violeta,
pero
nada indicaba que estuviese vivo.
Hay
eclipse de luna, pero la neblina cubre los altos, camino en mangas de
camisa, pero como hace fresco ciño los brazos al cuerpo, busco
señales. Es medianoche, algunas cabañas están vacías o lo
parecen. En una, octogonal, en la punta de un espigón que da al
lago, hay luces encendidas, husmeo discretamente a través de las
ventanas, no veo rostros, halos, figuras. Algo más lejos, un escalón
por encima de las otras, veo la luz de un salón, una pareja, ella
trajina, él de pie, en el centro, semidesnudo, las ventanas
despejadas, no hay cortinas por aquí, mi curiosidad moderadamente
alerta.
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