lunes, 7 de agosto de 2017

8. Una nube blanca cruzaba el farallón rocoso (Fjordcamp, Langøya)



El cerro estaba despejado,
amplísimas vistas sobre el azul:
agua, montañas, cielo,
un chorro de luz sobre la tarde extendida,
la línea de la carretera se perdía a lo lejos,
ondulándose.
Silencio.
Dónde está el hombre.
Hay algunas casas aisladas,
una lámpara prendida en un porche,
coches, autocaravanas, indicios,
un crujido en la presión del aire,
quizá un pato ártico cruza el lago,
pero sí, ahí hay uno,
tras el marco verde de la ventana,
una silueta en las sombras,
echado sobre una mecedora de ikea,
absorto, inmóvil, hacia adentro.
Quizá su polar fuera violeta,
pero nada indicaba que estuviese vivo.

            Hay eclipse de luna, pero la neblina cubre los altos, camino en mangas de camisa, pero como hace fresco ciño los brazos al cuerpo, busco señales. Es medianoche, algunas cabañas están vacías o lo parecen. En una, octogonal, en la punta de un espigón que da al lago, hay luces encendidas, husmeo discretamente a través de las ventanas, no veo rostros, halos, figuras. Algo más lejos, un escalón por encima de las otras, veo la luz de un salón, una pareja, ella trajina, él de pie, en el centro, semidesnudo, las ventanas despejadas, no hay cortinas por aquí, mi curiosidad moderadamente alerta.

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