Ruta
plácida hacia el Gammelveten, un montecillo de 462 m. en el centro
de la isla de Senja. Camino con ligera pendiente entre piedra y
brezo. Espléndidas vistas sobre la isla, los montes y sus neveros,
lagos y verdes veraniegos, Tromsø a lo lejos y las islas Dyrøya y
Andørja.
Noruega
es un tallo de flores violeta,
Noruega
es un abedul chaparro, un serbal
junto
a un lago de aguas tranquilas,
un
territorio entre altos montes y fiordos
que
lo rasgan en caprichosas formas.
Noruega
es un lugar de la imaginación,
de
leyendas e historias
más
o menos inventadas, torturada
por
la mancha negra
negra
del petróleo
y
una ballena muerta.
Como
los noruegos, entes igualmente imaginarios. De Nordkapp hasta Bergen
hombres solitarios, de mirada baja, asustadizos como zorros
vagabundos, serios, especie protegida, encerrados en sus madrigueras,
unos pocos pueblos, casas sueltas con vistas al fiordo, en madera, de
formato único, entre el blanco pálido y el burdeos más o menos
desvaído, unas pocas verdes, una amarilla. Luego, como en tantos otros lugares hay hombres de ciudad,
gente en Tromso y Alta, gente en Bodo y Borg, con incógnito lugar de
nacimiento, cuyo único punto en común es la circunstancia de vivir
en la misma ciudad.
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