A la
vuelta, al otro lado de la mesa, con piel cetrina, ojos somnolientos y una
camiseta que no se cambiará a los largo de los días, me espera el guía, que me comenta
con desgana la ruta que habremos de seguir. Yo solo veo un pequeño mapa y la
línea roja que Rolando, así se llama, va trazando sobre el papel. Los nombres
solo adquieren significado cuando acumulan la ganga que les añade el tiempo y
la circunstancia. Estoy sólo frente a él, María ha preferido visitar un
imprescindible mercadillo, otro más, en el que espera encontrar gangas irrechazables.
Rosa, desenganchada, a lo suyo. Rolando me avisa que los otros dos integrantes
del grupo del trekking son dos jóvenes americanos en forma. En fin,
información prescindible, aunque pronto comprendo que la finalidad del briefing,
así lo ha denominado Hilaria, con lo fácil que sería decir breve charla
informativa, es ponerme al tanto de los extras. Es costumbre, me dice, dar
un extra a los trabajadores del grupo. Me detalla las cantidades, que no
son pequeñas, en orden decreciente para cocinero, mulero y segundo guía. Aunque
nada dice de sí mismo, se da por supuesto que el recibirá la cantidad mayor.
Cuando se despide y se va, le expongo mi perplejidad a Hilaria. El paquete del trekking
no es nada barato, aunque el coste ha bajado algo con la suma de los dos
americanos. Hilaria y su marido estallan en risas que simulan carcajadas. El
guía estaba bromeando, cosa que a mí no me ha parecido en ningún momento, cada
uno recibe su paga y las propinas sobran, al menos no en las cantidades que
Rolando ha fijado. Ya sé pues a qué atenerme, todos esperan que al final
del viaje aflojemos una vez más el bolsillo. Todos los guías, en todas las
excursiones, largas o breves, desde el humilde tour por la ciudad hasta el que
dura varios días, hacen algún comentario al respecto, aunque casi siempre no
nos demos por enterados.
A las seis
de la mañana, un cuatro por cuatro nos espera a la puerta de la Posada del
Viajero. Así conocemos a Sugar, el guía acompañante. Luego nos aclarará,
ante las bromas, que es Zugar, con zeta. Zugar se mostrará atento y discreto
durante todo el viaje. Si alguien merece el extra será sin duda él. Si hay dos
guías, nos explican, es porque la otra pareja que pronto conoceremos hace el trekking
en cinco días en vez de en cuatro. Zugar nos acompañará a María y a mí de
regreso. Nos advierten que el precio que han pagado nuestros compañeros es muy
diferente del nuestro y que por favor no lo cometemos. Pronto se desvela la
intriga: ni son jóvenes, ni norteamericanos. Son Sunny y Gloria, dos malayos de
edad mediana que hablan un inglés difícil y que son consumados senderistas. Han
hecho trekking por medio mundo, en muy diferentes épocas del año, lo que
parece indicar que tienen una profesión liberal y que les sobra el dinero.
El viaje en
el cuatro por cuatro hasta Cachora, primero por una carretera de
asfalto llevadero, después por una pista pedregosa y polvorienta, dura tres
horas y media, con parada en Curahuasi para desayunar. En un
restaurante abierto al viento fresco de la mañana tomamos un desayuno americano
con huevos revueltos y ese café negro negro servido en una jarrilla que aún
diluyéndolo en agua la leche no blanquea. Las demás mesas se llenan pronto por
un tropel de adolescentes educados, guiados por un maestro serio. Su almuerzo
mañanero es contundente, un plato con una taza de arroz blanco y un puñado de tiras
de carne color canela acompañada de verdura y fruta pasadas por la sartén. Compramos
plátanos y barritas de maíz. Ángel, el mulero, aunque ellos prefieren decirle
arriero, nos espera en Cachora. La intendencia, tiendas, cacharros de cocina,
alimentos, pasan del cuatro por cuatro a las mulas. Nos ponemos en marcha hacia
la experiencia más intensa y memorable del viaje.
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