miércoles, 18 de abril de 2012

Estambul, de Orhan Pamuk



            Avanzo lentamente en la lectura de este libro. El autor habla de su familia rica, europeizada, de la casa donde vivió sus años infantiles, y también de adulto, retrata al padre que apenas para en casa, a la madre, de fuerte carácter, al hermano con quien se pelea sin cesar, habla de sus tíos, de sus primos, de la decadente Estambul que durante siglos fue capital de imperios y ahora ni siquiera es capital de un estado, habla de la degradación de las calles, increíblemente vacías en los años de su infancia, de sus escritores, en el cambio de siglo del XIX al XX, que siendo estambulíes se impregnan de la modernidad de París, modernidad que querrían importar, sin por ello dejar de pertenecer a esta ciudad, ni desdeñar sus herencias orientales, habla de los palacios y mansiones del Bósforo, el canal que une o separa las dos almas de Estambul, la europea y la asiática, de las huellas de sultanes y pachás, que exhibieron su riqueza como si hicieran del canal una reproducción de Venecia, con palacios barrocos de madera, incendiados o podridos antes de la actual restauración, de los barrios, que como enormes manchas se apegan al Bósforo o al Cuerno de Oro, unos ricos y occidentalizados, otros pobres y tradicionales, siendo lo tradicional aquí la religión islámica y las costumbres y gustos orientales.

            El escritor se demora en el recuerdo de vagas impresiones, de sensaciones, con humildad, mostrando un paisaje que no quiere imponer, del que deberían sobresalir sus valías simplemente hablando o escribiendo, sin más. Es tan moderado en la forma de contar, como excusándose a cada párrafo, que la falta de pasión invade al lector, al menos a este lector, de modo que me cuesta avanzar, dedicarle mi tiempo, aún cuando lo leo antes de visitar esa ciudad a la que la literatura ha colmado de adjetivos. Si a Orhan Pamuk le fascina su ciudad, a la que fotografió desde niño –el libro que leo está lleno de esas estampas de época- y luego pintó, transformando las imágenes en pinceladas sueltas y fugaces al modo impresionista, no consigue que dicha fascinación prenda en la lectura.

            Sé que muchos aprecian esta escritura, aunque aprecian más, creo, la adhesión del escritor a la buena causa de los pobres y de los humillados, a la corrección política –el asunto de los armenios y los kurdos-, sé que le han dado el premio nóbel –“el primer escritor en turco que lo ha conseguido”- pero a mi se me ha hecho una lectura cuesta arriba, tanto que decido dejarla a la mitad, a pesar de las promesas que se anuncian en las páginas por llegar, la construcción de la imagen exótica de la ciudad por los escritores franceses que pasaron por ella: Flaubert, Gautier, Nerval, Loti, o la respuesta que les dieron los escritores nacionalistas. Esperaba otra cosa, más información, más pasión, más picardía, esperaba que me contasen Estambul, tantos cuentos como han de encerrar veinte siglos de romanos y bizantinos, de otomanos y de turcos.

2 comentarios:

Filemon Loya dijo...

Hola, Lee "Me llamo Rojo" o “La casa del silencio”

Toni Santillán dijo...

Leí "Me llamo Rojo" y tampoco pude con él. Lo acabé con enorme esfuerzo porque en ese momento estaba en una tertulia literaria y la teníamos que comentar. Hay autores que no entran; debe ser una cuestión de gusto o de sintonía.