Avanzo
lentamente en la lectura de este libro. El autor habla de su familia rica,
europeizada, de la casa donde vivió sus años infantiles, y también de adulto, retrata al padre que
apenas para en casa, a la madre, de fuerte carácter, al hermano con quien se
pelea sin cesar, habla de sus tíos, de sus primos, de la decadente Estambul que
durante siglos fue capital de imperios y ahora ni siquiera es capital de un
estado, habla de la degradación de las calles, increíblemente vacías en los
años de su infancia, de sus escritores, en el cambio de siglo del XIX al XX, que
siendo estambulíes se impregnan de la modernidad de París, modernidad que
querrían importar, sin por ello dejar de pertenecer a esta ciudad, ni desdeñar
sus herencias orientales, habla de los palacios y mansiones del Bósforo, el
canal que une o separa las dos almas de Estambul, la europea y la asiática, de
las huellas de sultanes y pachás, que exhibieron su riqueza como si hicieran
del canal una reproducción de Venecia, con palacios barrocos de madera,
incendiados o podridos antes de la actual restauración, de los barrios, que como
enormes manchas se apegan al Bósforo o al Cuerno de Oro, unos ricos y
occidentalizados, otros pobres y tradicionales, siendo lo tradicional aquí la
religión islámica y las costumbres y gustos orientales.
El escritor
se demora en el recuerdo de vagas impresiones, de sensaciones, con humildad,
mostrando un paisaje que no quiere imponer, del que deberían sobresalir sus
valías simplemente hablando o escribiendo, sin más. Es tan moderado en la forma
de contar, como excusándose a cada párrafo, que la falta de pasión invade al
lector, al menos a este lector, de modo que me cuesta avanzar, dedicarle mi
tiempo, aún cuando lo leo antes de visitar esa ciudad a la que la literatura ha
colmado de adjetivos. Si a Orhan Pamuk le fascina su ciudad, a la que
fotografió desde niño –el libro que leo está lleno de esas estampas de época- y
luego pintó, transformando las imágenes en pinceladas sueltas y fugaces al modo
impresionista, no consigue que dicha fascinación prenda en la lectura.
Sé que
muchos aprecian esta escritura, aunque aprecian más, creo, la adhesión del
escritor a la buena causa de los pobres y de los humillados, a la corrección
política –el asunto de los armenios y los kurdos-, sé que le han dado el premio
nóbel –“el primer escritor en turco que lo ha conseguido”- pero a mi se me ha
hecho una lectura cuesta arriba, tanto que decido dejarla a la mitad, a pesar
de las promesas que se anuncian en las páginas por llegar, la construcción de
la imagen exótica de la ciudad por los escritores franceses que pasaron por
ella: Flaubert, Gautier, Nerval, Loti, o la respuesta que les dieron los
escritores nacionalistas. Esperaba otra cosa, más información, más pasión, más
picardía, esperaba que me contasen Estambul, tantos cuentos como han de
encerrar veinte siglos de romanos y bizantinos, de otomanos y de turcos.
2 comentarios:
Hola, Lee "Me llamo Rojo" o “La casa del silencio”
Leí "Me llamo Rojo" y tampoco pude con él. Lo acabé con enorme esfuerzo porque en ese momento estaba en una tertulia literaria y la teníamos que comentar. Hay autores que no entran; debe ser una cuestión de gusto o de sintonía.
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