Adam
Smith huérfano de padre, desde que nació dependió toda su vida de
su madre. Margaret Douglas, con la ayuda de su prima, Janet Douglas.
A la muerte de esta, en 1788, Adam Smith escribió una carta a un
amigo: "Sin ella me voy a convertir en uno de los hombres más
desvalidos y desamparados de Escocia".
Margaret Douglas, viuda desde los 28 años y dependiente económicamente por ley de su hijo -la herencia del padre fallecido-, acompañó a Adam Smith durante los 60 años que vivieron juntos: tras su infancia y educación, durante los tres años que se desempeñó como conferenciante para la Universidad de Edimburgo; durante los 12 que enseñó filosofía moral en Glasgow (allí conoció a David Hume); en un viaje de tres años por Francia y Suiza, como preceptor de un duque (allí conoció a Voltaire, Diderot y Benjamin Franklin), y cuando volvieron a casa. Adam Smith nunca se casó. Su madre siempre estuvo a su lado. En esa casa redactó La riqueza de las naciones (1776), la obra que lo convirtió en padre de la economía política: "No es la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero por lo que tenemos el alimento en nuestra mesa, sino porque se preocupan por su propio interés". La almendra de la ciencia económica.
Katrine Marçal se pregunta en ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, si la mera búsqueda de beneficios y no el amor de madre fue lo que movía a Margaret Douglas a cuidarlo, a desvelarse por él, mientras él escribía sus sesudos tratados que hicieron de la economía una ciencia.
"¿Cómo llegamos a tener nuestra comida en la cena? es la pregunta fundamental en economía y , a pesar de que el mismo Adam Smith escribió que la respuesta reside en el interés propio, a la hora de la verdad era su madre quien se aseguraba de que nunca le faltara comida y quien cuidaba de él cuando tenía fiebre.
Marçal hace una doble impugnación, que el homo economicus sea el sujeto que organiza no solo la economía (la mano invisible que ordena el mercado) sino la sociedad entera, pues aparte de ordenar el mercado mediante la eficiencia dirige y disciplina el caos de deseos y anhelos humanos -el mercado se erige en una conciencia colectiva mediante los valores que ha ido generando- y, en segundo lugar, esa misma ordenación pues, para ella, el homo economicus no es más que la voluntad del hombre de imponerse y someter a la mujer. Pues los valores que se asocian a la mujer: sentimientos, altruismo, compasión y solidaridad no forman parte de las teorías económicas estándar y no están retribuidos, pues además de no poder ser cuantificados no son escasos. La razón masculina se impone -mercado- a los sentimientos hogareños de la mujer.
"Tradicionalmente, el cuidado de los demás se ha llevado a cabo en el hogar, el cual ha sido siempre percibido como el lugar al que el hombre regresa después de una dura jornada en este mundo frío e impersonal en el que hay que ganarse las habichuelas. El lugar donde sumergirse es el suave reino de la mujer regido por por la emoción, la moralidad, la sensualidad y las cortinas de fino encaje".
El hombre económico reúne todos los atributos que a lo largo de la historia hemos identificado como masculinos, merecedores de ejercer dominio sobre aquellos que llamamos femeninos: el alma contra el cuerpo, la razón contra los sentimientos, lo universal contra lo concreto. Lo objetivo contra lo subjetivo la cultura frente a la naturaleza… La mujer es el cuerpo. Representa la tierra. Ella es pasiva. Es dependiente. Es la naturaleza. El hombre la fecunda, la somete, la trabaja y extrae de ella. Él le otorga sentido y la pone en movimiento.
Es cierto que en la división social del trabajo se ha fundado la mayor época de prosperidad de la humanidad, pero sobre la base de la minoración de la mujer. El trabajo de la mujer en el hogar y el cuidado de los niños nunca se valoró económicamente. Eso ha tenido consecuencias: el 70% de los pobres del mundo son mujeres y el llamado ‘problema sin nombre’: ansiedad, frustración sexual, desesperanza y depresión', que puso en evidencia Betty Fridan, constatación que apretó el ‘gatillo de la historia’, escribió Alvin Toffler, poniendo en marcha la revolución feminista.
Fueron surgiendo los hospitales, las guarderías y las residencias (enfermeras institutrices maestras). El hogar se redujo a una unidad nuclear: hombre mujer hijo. La mujer buscó trabajos más allá de los cuidados. ¿Cuánto vale el trabajo de una cuidadora (asistente, limpiadora)?
La sociedad ha cambiado. ¿Habría Florence Nightingale ejercido como enfermera hoy en día? Probablemente no. Habría sido médica investigadora economista de la salud o catedrática de estadística. Lo cual sería genial, por supuesto. Sin embargo, ¿quién hace hoy de enfermera?
Ahora imaginemos la progresión. A medida que la IA se encargue de las tareas primero rutinarias y después de las que hasta ahora parecían importantes, especializadas, masculinas: inversión, diagnóstico, cirugía, planificación... aparecerán como insustituibles los cuidados. ¿Cambiará la retribución o puede que, como hasta ahora, lo valioso no sea retribuido y que el dinero sea una mera asignación - todo el mundo recibirá su parte- no la medida del valor? No será el mercado el que establezca el valor sino sino la sociedad.
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Musik: I feel good; Yeah, I'm looking for a soulmate in those comments (Iggy Pop)
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