Sigo a un hombre que ha liberado el ancla del lugar donde vivía en España. Cada día cuenta su perpecia. Ha cogido el coche, ha cruzado los Pirineos, ha atravesado Francia Italia ha, llegado a Suiza. Cuenta sus encuentros, los lugares donde se aloja, su estado de ánimo. Ahora es más fácil que hacerlo que en el pasado. Quien quiera puede seguirlo, tiene el móvil a mano. En todo momento está localizado. Le he dicho que le envidio porque yo en su tiempo viví algo parecido.
Tarde o temprano todos echamos el ancla y vivimos vidas parecidas. Las películas y los libros que leemos reflejan esa vida o nos sirven de espejo. Hay pocas variaciones en la vida que llevamos unos y otros. No tardamos en acomodarnos a la vida que aparece en las películas, a la gama de afectos que vemos reflejados en las series. Vidas clónicas. De una a otra película, de una u otra vida, un matiz te vale un emy o un óscar o te saca de un hundimiento sentimental. Hay otras vidas pero no están en Hollywood ni en Netflix.
Por supuesto, mi vida no es diferente de las otras. Me veo lo más destacado de Netflix y de Hollywood, pero también lo otro, las películas cuyo guion no hubiese pasado el filtro de las grandes productoras. De ese modo no solo hago descubrimientos, sino formas de vida que escapan un poco a la vida consensuada. Este año pasado he descubierto una película islandesa y otra danesa extraordinarias: Godland, Bastarden. Y nos argentinas Trenque Lauquen y Los delincuentes, que acabo de ver.
Un hombre roba un banco en la ciudad y le pide a un compañero que guarde el dinero mientras pasa los años de cárcel. Primero un hombre y luego el otro conocen la paz y la promesa de la vida rural. La promesa mayor es que conocen a una mujer libre de la que se enamoran ambos; también el espectador. El dinero que se iban a repartir queda en segundo plano. El enamoramiento trastoca, se pierde el juicio. Sin embargo, las deudas con el pasado no desaparecen del todo: está el dinero pero también la vida en la ciudad porteña. La mujer libre no acepta esas cargas cuando ve el peso que abruma a los hombres. Como una mariposa escapa del 'pobre tipo' y del 'demente'.
La película dura 3 horas en dos partes, aunque no es tan original como Trenque Lauquen. Lo mejor de la película es la libertad de su concepción, desde el guión a la selección de los actores, tan poco comunes en la pantalla, tan comunes en la calle, desde la escenografía, que desdeña la belleza empalagosa del cine, hasta el ritmo del montaje, tan lento como cada cual pueda soportar.
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