Sobre el puerto de Barcelona siempre se han oído rumores de transacciones no demasiado legales. Es el escenario de esta serie. Llega un barco con un container cargado de coca expedido por un cartel mexicano. Lo recibe el hombre que controla una de las terminales del puerto. Este lo tiene que pasar a un grupo mafioso italiano que es quien pone el dinero. Para dar curso a la acción al container se extravía. ¿Quién traiciona a quién? Hay tantos personajes en la confusa trama -mexicanos españoles italianos moros; capos, policías y banqueros corruptos, despachos de abogados blanqueadores, rateros- que es fácil perderse, aunque de lo que se trata a lo largo de los ocho episodios (Netflix) es de meter mucha acción: tiroteos, hombres torturados, persecuciones de coches, sangre y sexo. Mucha sangre y mucho sexo, eso es todo. Tanto que a veces te preguntas 'pa qué tanto'. Si ves un par de episodios ya lo has visto todo, el resto es morralla, incluido un episodio entero dedicado al mal de ojo y a la santería y el último con el único fin de dejar todo abierto para que te enganches a la segunda temporada -no será mi caso: incluso el personaje inicial, el que lleva un gancho en lugar mano y que da título a la serie, que ha queda en coma en el segundo episodio, o quizá en el tercero, empieza a mover los dedos de la mano sana en el hospital donde se ha pasado el resto de episodios.
Las series españolas han ganado en producción. Los actores ya no son tan malos. A fuerza de ver las producciones americanas los productores españoles han aprendido y saben dónde invertir su dinero y cómo. El asunto es si con tal volumen de producción como nos ofrecen las plataformas de streaming, merece la pena ver series españoles que aportan tan poco, ni siquiera color local. Cada escena cada plano cada gesto nos remite en la memoria a otros que hemos visto antes. El director y creador de la serie es barcelonés, pero salvo algún plano general nada nos indica que estamos en Barcelona, las tomas podrían ser de cualquier lugar.
Por algún motivo los creadores españoles no echan mano del enorme material que la realidad española les ofrece. Sin salir de Cataluña, todo lo relacionado con el procés: calles incendiadas, aeropuerto asaltado, Meridiana ocupada, okupas desokupados, familia Pujol, atentado yihadista en las Ramblas. No se atreven. Es el color local justamente lo que haría a una serie así interesante para el resto del mundo. Claro que también necesitarían escritores que pusiesen en un contexto creíble toda la retahíla de morreos, desnudos y cuerpos destrozados además de permitir a los actores desarrollar personajes más allá de la calcomanía.
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