lunes, 25 de marzo de 2024

La delicadeza, de David Foenkinos

 



"La estación de Lisieux nunca habría podido inspirar a Salvador Dalí. Era un lugar triste y frío. Markus se fijó en un cartel que anunciaba el museo dedicado a Santa Teresa de Lisieux. Mientras avanzaba hacia Nathalie, pensó: 'Anda tiene gracia, siempre había creído que Lisieux era su apellido...' Sí , de verdad, pensaba en eso. Y Nathalie estaba ahí, muy cerca de él. Con sus labios del beso. Pero su rostro parecía triste y serio. Su rostro era la estación de Lisieux".


Imagina la sucursal de la sueca Ikea en París. En sus oficinas trabajan los personajes de La delicadeza. Imagina a la prota como un molde de Natalie Portman -se dice expresamente en la novela- que además se llama Nathalie. Acaba de quedarse viuda de François, a quien conoció por puro azar pero resultó ser el amor de su vida. Todo el mundo la ve como una belleza inalcanzable. Su jefe, Charles, que está casado con un amor gastado, hace aproximaciones fallidas. Nathalie no puede olvidar a François, pero un día, impulsivamente, para salir de su bucle amoroso, se aproxima a Markus, un sueco que trabaja en la oficina, y, de todos el más inesperado, le estampa un beso. Markus no puede creerse lo que ha sucedido. A Nathalie le cuesta hacerse a la idea de lo que ha hecho. La novela da vueltas sobre ese hecho, sobre sus consecuencias, sobre el proceso de seducción. Protagonistas y antagonistas, el amor verdadero y el gastado.


Si hay un país en el que hay un abismo entre la gran literatura y la literatura popular ese es Francia. No tiene un Shakespeare o un Cervantes, pero, en el espíritu francés, el concepto ‘literatura’ domina la vida cultural y su historia. Los nombres que la han practicado están en el Olimpo, desde Ronsard a Proust, pasando por Racine y Molière. Son sus héroes, por encima de los hombres de armas, salvo, eso sí, Napoleón. En el siglo XX los literatos estaban en la cumbre de la vida social: Sartre y Camus, Michel Foucault y Roland Barthes. Hasta sus presidentes son hombres de letras, con obra literaria detrás.


Sin embargo, al otro lado siempre se ha cultivado una música y una literatura popular que la gente realmente leía o escuchaba: de Françoise Hardy a Françoise Sagan, pasando por Colette. David Foenkinos está en este bando, con gran éxito.


Foenkinos es consciente de la literatura que practica, se recrea en ella. Crea situaciones frases pensamientos ideas con las que su público lector accede a un tipo de sentimientos que derivan de la gran literatura, a través de un estilo bonito que ofrece al lector o lectora emociones de segundo orden, o simulación, emociones o sentimientos literarios, tan lejos de la vida real: "Algo que era lo maravilloso de los cuentos, de los instantes robados a la perfección", con frases del tipo: "Tanta fragilidad al final acaba siendo una fortaleza". Foenkinos, consciente de la vacuidad y del simulacro, introduce el humor, sin renunciar al estilismo: “La lluvia caía sobre el rostro de Nathalie, de modo que no se podía distinguir que eran gotas y que eran lágrimas". "El sueño es el camino que lleva la sopa de mañana". "Markus seguía acariciando sin tregua el cabello de Nathalie. Le gustaba tanto, quería conocer uno a uno cada pelo, familiarizarse con su historia y sus pensamientos. Quería viajar por su cabello".


La gran literatura busca el sentido de la vida y su imposibilidad, el orden social y la revuelta contra el poder establecido. La pequeña se conforma con emociones de segundo orden, como esa abuela solitaria en su casa de Normanda a la que que acude Foenkinos para acabar la novela. A la abuela se le alegra el semblante al ver, sorprendida, a su nieta Nathalie que llega de París para mostrarle su conquista, ya semiolvidado François. Sonrisas y lágrimas.


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