Para los hermanos Cohen el cine es un divertimento. Ese espíritu se ha trasladado a la serie Fargo en manos de Noah Hawley. Imagino a los guionistas riendo de las cosas que se les ocurren, la rareza de los personajes, lo estrambótico de las muertes, el humor negro que es su marca de agua. No siempre aciertan y cada temporada que pasa la serie se va haciendo más barroca, perdiendo la ingenuidad de los comienzos, lo propio de cualquier creación humana que va enroscándose como los zarcillos de una vid.
Los dos primeros capítulos de esta quinta temporada mantienen la promesa del divertimento. El personaje interpretado por Juno Temple se parece a los protagonistas anteriores, la insospechada violencia que brota de los pacíficos, o la bruta maldad del personaje de Jon Hamn, que en esos dos primeros capítulos se alza como la escultura exenta del patriota americano, pero que va perdiendo aplomo a medida que avanzan los capítulos, porque se va quedando sin papel, por decirlo así, porque toda la irrisión de su maldad la ha expresado al principio y ya no le queda más.
La gran hallazgo de la temporada es, sin embargo, el personaje Ole Munch, un galés llegado a las costas del nuevo continente con los padres fundadores y que ha sobrevivido por algún tipo de maldición, atrapado en la fidelidad a los pactos aunque conlleven el mal o quizá por eso. La temporada flota sobre los hallazgos iniciales, la truculencia de las muertes, la rareza de los personajes, el humor negro. Es imperfecta, la coherencia de la historia no es su fuerte, pero a mí me divierte.
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Musik. Ane Brun. Våge Å Elske
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