No sé si a todo el mundo le ocurre. No me gusta verme reflejado en el espejo. No me reconozco, no soy yo. Es algo que, sin embargo, me ha sucedido toda la vida, siempre que me miraba veía reflejado a alguien que no coincidía con lo que yo pensaba de mí. También me ha sucedido que muchos veían en mí a alguien que tampoco coincidía con la imagen que yo veía reflejada en el espejo. O yo mismo cuando miro hacia atrás y me veo en imágenes de otra época, pienso, cómo no pude estar contento, cómo pude pensar entonces que esa imagen que ahora veo no me satisfacía, por qué no me aceptaba tal como era.
Esa es una de las razones por las que viajo. Tampoco me gusta la vida que llevo, la vida sedentaria. No me reconozco en ella. No me gusta que la gente que me conoce vea lo que soy cuando estoy a solas, cuando estoy en casa y hago la vida aburrida que llevo en ella. Tengo la impresión, probablemente falsa, de que cuando me muestro a los demás soy otro, que cuando viajo me transformo en la persona que quiero ser. Por eso cuando en la vida cotidiana me encuentro con gente que me ha visto en circunstancias en las cuales yo era el que quería ser y no el que soy me siento mal y deseo que pronto acabe el encuentro.
No soy el que soy, sino el que imagino, el que me gustaría ser, el que proyecto en mi mente, el que no se ve en el espejo.
Durante cuánto tiempo podemos mantener la ficción de que no somos el que somos, sino el que nos gustaría ser. Hay quien la prorroga indefinidamente y vive una vida ilusoria, construye en torno así un mundo que otros por conveniencia por devoción por lealtad sostienen y hacen verosímil. Sin embargo, hay otros que se ven obligados a llevar la vida que llevan sin expectativas, sin ilusiones, porque no están en condiciones de imaginar una vida distinta a la que llevan.
Si la vida se nos hace soportable, placentera incluso, sin que caigamos en la tentación del suicidio, sin que el pensamiento de la muerte, aunque nos roce con sus afiladas alas transparentes, nos destruya, es por esa tensión entre la vida que llevamos y la que querríamos llevar, proyectando en lo cotidiano el individuo que querríamos ser, haciendo verosímil, improbable, en un salto epistemológico irracional, el ser que en realidad somos, aunque igualmente inverosímil nos resulta que haya gente que vea en nosotros algo más atractivo que lo que nosotros vemos reflejado en el espejo.
«El deseo de ser diferente de lo que eres es la mayor tragedia con que el destino puede castigar a una persona». Sandor Marai
1 comentario:
Como siempre acertado
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