Si algo caracteriza al Parque de las Torres que hemos visto es el viento, un viento con rachas a menudo fortísimas. Ha habido también lluvia, pero nocturna. No hemos tenido, sin embargo, la experiencia del granizo, de la nieve o del frío intenso, como otros cuentan. A veces el viento en la noche se combinaba con la lluvia y dentro de la tienda tenía uno la sensación de seguridad y privilegio, por estar ahí y poder dormir con la música de la naturaleza.
La fortaleza del viento y nuestra debilidad la pudimos comprobar el segundo día cuando salíamos del campamento chileno en dirección al francés. Era un recodo expuesto al final de una subida antes de cambiar de dirección. Yo iba adelante, detrás Mila y detrás Olatz. Noté el violento golpe de la ráfaga, pero pude apoyarme en los bastones e inclinarme en dirección contraria. No tuvo tanta suerte Mila que se lanzó al suelo para no ser arrastrada al abismo. De resultas, su brazo derecho quedó maltrecho. Hubo que hacerle un cabestrillo para que pudiese continuar hasta el llamado Campamento de los Cuernos. Esa noche durmió en la tienda con dificultades; no sé qué hubiese ocurrido si el accidente hubiese sido grave, cómo hubiesen podido rescatarla. Por lo que vimos, el suministro hasta arriba se hace con reatas de caballos. Al tercer día, Mila pudo llegar hasta el campamento del Paine Grande donde un catamarán recorre el Lago Pehoé hasta una pequeña estación de autobuses que lleva a Puerto Natales.
Mientras descendemos vemos a nuestros pies, sucesivamente, a la izquierda, el lago Almirante Nieto, la laguna Inge y el lago Nordesdkjold y el Río Asencio que baja del glaciar del mismo nombre que tenemos a la derecha y que confluye con el Paine, el río que baja de las Torres. Caminamos por el matorral preandino (donde destacan el llamado cojín de la suegra, arbusto con pinchos para mejor capturar el agua, el espino blanco y el calafate), entre el bosque magallánico, por el que caminábamos ayer (con el coigüe, el ñirre y la lenga, caducifolios, como más representativos, cubiertos por líquenes como la barba de viejo. En invierno el árbol sin hojas respira por las rajas abiertas en la corteza) y la estepa patagónica de suelos pobres, precipitaciones escasas, y vientos muy fuertes.
El segundo día es el más largo de los cuatro, pero de dificultad mínima, salvo la compañía del viento. Las vistas al pie del macizo sobre las formaciones geológicas que tienen forma de cuernos -las puntas de origen sedimentario sobre la masa ocre granítica-, es magnífica durante toda la jornada. Una de las cosas más impresionantes es cómo van cambiando con la incidencia de la luz, lisos o cubiertos de nubes. Desde abajo, por el sendero que vamos recorriendo parecen castillos encantados. Cuando paramos a dar cuenta del picnic, subo hasta un alto para verlos más de cerca, pero el viento me zarandea de tal modo que apenas puedo fotografiarlos.
Por supuesto, no hemos visto al Puma ni al pequeño ciervo y muy pocas aves. Mientras tomamos un tentempié frente al lago Nordesdkjold, una pareja de peucos, rapaces propia de estas tierras, está el acecho de cualquier comida que podamos desechar. No debe haber abundancia de su comida favorita: conejos, ratones, sapos y lagartijas. Los volveremos a ver a menudo con tal familiaridad que se acercan hasta nuestros pies. En lo más alto, desdeñoso, nos sobrevuela un cóndor.
El viento saludó con fuertes rachas y lluvia nuestra llegada al Campamento de los Cuernos, zarandeó nuestras tiendas por la noche y tras habernos dado el gran susto al comienzo de la jornada, tan fuerte que fue imposible disfrutar del lago Nordesdkjold al pie de las tiendas. Aunque lo más molesto para mí fue el barullo continuo en la sala de estar y comedor. Es normal que siendo jóvenes la mayoría se atiborren a cerveza y normal en un espacio tan pequeño el jaleo juvenil, animado por una música estridente y sin pausa, aunque no tanto que rompan la magia del silencio que uno espera encontrar en la montaña. Las Torres del Paine no son lugar para sensibleros románticos de la naturaleza.
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