Tras 5 días sumergido en el circuito de la w de las Torres de Paine vuelvo a la relativa normalidad del viaje turístico. Necesito calma para reconstruir, para rememorar. Durante el viaje no escribí una sola línea -desconectado durante cinco días- absorbido por el paisaje, absorbido por los caminantes que se cruzaban con nosotros, absorbido por el gentío que se mueve en torno a las cervezas en el difícil descanso de los campamentos (ni en la cena había calma, erradicado el silencio por la insufrible música de fondo y las conversaciones exaltadas). Ya en las tiendas, el sueño se sometía a la prueba del violento viento.
Todo paisaje, todo paisaje humano tiene su alma. El rastro que los hombres van dejando. No se capta fácilmente. Hay que separarlo del ruido. Una gorra, una camiseta, unas bragas, un olor que un matojo ha retenido, los nombres mismos de las cimas heladas. Ahora mismo, mientras intento hacer calma en mi mente, el chófer que nos lleva pone una emisora chilena en altavoz, con la política chilena de fondo, el helicóptero caído del expresidente Piñeira en primer plano.
Vamos a Chiloé, van y transbordador mediante, la isla más grande de Chile, 180 por 50 kilómetros, con capital en Castro, de 35.000 habitantes; unos 45.000 la isla entera. Los españoles parece desdeñaron la ahora muy productiva zona de Río Montt y se instalaron en ella, quizá por parecida a las llanuras de la meseta castellana.
A medio camino los carabineros detienen la van por ir a 80 km/h en vez de a 60. Multa al canto y Claudio muy preocupado porque tendrá que venir a la isla de nuevo para pagarla. Antes cuando aún estaba sereno, Claudio - don Claudio, si seguimos la diferencia chilena- nos cuenta la mítica historia del tranco chilota. El tranco es una figura que merodea por las casas al anochecer y si tienen las puertas trancadas se acerca y deja en ellas una advertencia, un mollete de color amarillento muy maloiente. Si la puerta está abierta entra y rapta a la doncella para llevársela al bosque. Cuando la doncella vuelve a casa lo hace embarazada del tranco. Desconozco la moraleja de la historia. En las tiendas artesanas se ven figuras del tranco transformado en brujo.
Chiloé es un paisaje verde que combina el bosque con la llanura, suaves colinas ondulados y alguna depresión con pastizal - la siega de heno ya empaquetada-; su principal atractivo son casitas de madera de dos pisos, también hay algunas de fea chapa, con un terreno alrededor de cultivo y pasto.
Las iglesias de Chiloé -16-, construidas con madera de olmo y lupa y revestidas con la vieja madera milenaria, hoy protegida, del milenario alerce, conjuntamente son patrimonio de la humanidad. Vemos primero la de Chacao y luego las de otros lugares, algunas realmente impresionantes por su sencillez y simetría. En su interior hay figuras que parecen sacadas de la imaginería barroca española. Uno tiene la impresión visitando la mayor parte de las ciudades chilenas que llega a un pueblo del Oeste, siempre en construcción: una larga calle con suelo de tierra prensada o barro y casas de madera en los lados. En un edificio de la municipalidad, un jovencito de 14 o 15 años me muestra recuerdos de su abuelo en exposición, cosas encontradas en su casa de poco más de un siglo de duración. Instrumentos de carpintería, una máquina para hacer mantequilla, una plancha antigua pequeña y oxidada, un extintor que no me sabe explicar cómo funcionaba, una prensa y dos tomos de un viejo periódico de la localidad.
En Castro, la capital, desde una barcaza acondicionada vemos las casa más antiguas, palafitos levantados con troncos de olmo y lupa. Las casas construidas con los árboles de la isla, lupa, mañío, alerce, ciprés y el coigüe. En Castro en una de esas casas palafito con vistas asistimos a la ceremonia del curanto, la comida propia del lugar: en un gran horno excavado en tierra se hace fuego y en una gran perola se cuecen, durante tres horas, carne de pollo, cerdo y ternera, y chorizo, junto con papas y una especie de pan en forma de gruesas obleas; por encima almejas y mejillones de gran tamaño. El resultado, muy decepcionante, sabor y textura pastosa, harinosa. Sobre las grandes bandejas en la mesa ha quedado al menos la mitad del cocido. Felipe, Christian, Raúl nos habían recomendado con énfasis que no dejásemos de probar tan exquisito manjar.
Los Españoles llegaron aquí en 1567; 300 años duró la colonización. Fue el último reducto de resistencia de la monarquía española, aquí tuvo lugar la última batalla de la independencia de Chile.
En Dalcahue un puerto pesquero tomamos un delicioso café, el mejor del viaje, ,y vemos la última Iglesia.
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