Está claro que Alexander Payne le van los cascarrabias, esos tipos de mal carácter con buen corazón. Lo vimos en A propósito de Schmidt con un Jack Nicholson en plena forma y en Nebraska, con un Bruce Dern en uno de sus mejores papeles. En el resto de sus películas busca personajes contradictorios, moralmente ambivalentes pero con tendencia al bien. The Holdovers está en cartelera con un título en español horrible, Los que se quedan. Es una lástima que los avispados distribuidores no la hayan estrenado en periodo navideño, sino justo después, porque es una de esas películas que captan el espíritu familiar y de buenos sentimientos como hizo Frank Capra en su famosa ¡Qué bello es vivir!
En un instituto de élite, cercano a Boston, unos cuantos chicos se quedan sin vacaciones de Navidad porque sus familias no están disponibles. Un profesor ha de quedarse a su cargo en el colegio vacío. Es en ese triste contexto en que se juntan unas cuantas personalidades naufragas: el solterón Paul Hunham, un profesor de civilizaciones antiguas que en Navidad siempre hace el mismo regalo las Meditaciones de Marco Aurelio, exigente y odiado por los alumnos y nada popular entre los profesores; la jefa de cocina, Mary, gorda y negra, que acaba de perder un hijo en Vietnam -la acción se sitúa cuando 1970 acababa- y Angus, un chico inteligente pero desnortado (esa frase se cargó de sentido para mí cuando un profesor, a mis 17 años, me la espetó), cuya madre con su nueva pareja no quiere saber de él y cuyo padre está en el psiquiátrico.
La convivencia en el colegio vacío comienza áspera, conflictiva, como era de esperar, pero poco a poco, personalidades tan necesitadas de afecto, acaban por encontrar acomodo entre ellas. El riguroso profesor acaba saltándose las normas, el chico rebelde aceptando algunas y la cocinera preparando las salsas para que ingredientes diversos encajen. Al final como es norma en películas de este género de profesores y alumnos el adulto se sacrifica por el joven en formación. Es una buena película porque el guión está muy medido, bonita la música que acompaña, el montaje bien ritmado, pero sobre todo por los buenos actores que son Dominique Sessa, Da'Vine Joy Randolph y destacadamente Paul Giamatti. Es verdad que las cosas más tristes no se muestran con toda su crudeza, revestidas como están por la capa de ternura navideña, pero aún así.
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