Visto en retrospectiva, parece inusual que el hombre que me atropelló con la moto quisiera levantarme tan pronto del suelo, comprobar a toda costa que estaba consciente, que no tenía nada roto, inusual desde luego que abandonase rápidamente el lugar con la excusa de que tenía un restaurante que abrir, que le esperaban empleados -no eran más que las once de la mañana-, aunque me diese su nombre, su teléfono, el propio nombre del restaurante, en el centro de Castelldefels, en la plaza, frente del Ayuntamiento, Casa Víctor, a doscientos metros de mi casa.
He pensado luego, porque entonces, en aquel momento, bastante tenía con poner orden en mi cabeza, saber qué había pasado, reconstituirme, pues flotaba sobre mi cuerpo, sin sentirlo, sin saber dónde estaban localizadas las heridas, su tamaño, su gravedad, tan solo aturdimiento y dificultad para moverme, he pensado luego que el hombre quizá temía la llegada de la policía, que le pusiesen el alcoholímetro en la boca. Eso he pensado para explicar su prisa, también, luego, tratando de reconstruir el accidente, en lo extraño del atropello, porque en el lugar hay dos carriles en la misma dirección, anchos con buena visibilidad en una muy larga recta, sin coches en el momento en que se produjo; además, una moto no ocupa tanto espacio como un coche para sortear a una bici, es extraño que no me viera, que no pudiese reducir la velocidad, que no me sorteara, podría haberlo hecho girando levemente hacia la derecha, tenía tiempo, yo le vi a lo lejos cuando miré hacia atrás; por eso pienso ahora que de lo que tenía miedo era del control alcohólico. No sé de protocolos, no sé si la policía fue a buscarlo y hacerle la prueba. No sé nada, todo está en manos del seguro, no sé si se preocupan de estas cosas.
Me sorprende mirando hacia atrás la suerte que tuve, no me pasó por encima la moto, sino solo me arrojó al suelo, no vi lo que ocurrió, no podía verlo, la moto venía por detrás, golpeándome, me arrastró quizá, porque eso sí lo recuerdo, mi cabeza rebotando en el suelo, por eso tengo raspaduras, magulladuras, desgarramientos, el casco, la ropa destrozada, pero nada roto, solo el dolor en distintas partes del cuerpo, la dificultad para articular sus piezas, para dormir, para mantenerme en una posición, la interrupción obligada de mis rutinas, la inmovilidad.
También me resulta ahora curioso, si no sorprendente, que pasados cinco días desde el accidente no me haya llamado el hombre que me atropelló interesándose por mi salud, para disculparse al menos.
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