viernes, 19 de enero de 2024

Saben aquell

 



De los tres hermanos Trueba el más clásico es el segundo, David. Quizá sus obras no entusiasmen, pero conoce el oficio y algunas le salen redondas. Es el caso de la que dedica al humorista Eugenio, Saben aquell. ¿Quién iba a decir que de aquel humorista más tristón que serio, con gafas oscuras, sentado en un taburete con un vaso cilíndrico de zumo con vodka en la mesita de al lado y un cigarrillo en la mano, envuelta en un velo de humo su cabeza peluda, saldría una historia en forma de película? Y el caso es que sale y en ningún momento pierde interés. A pesar de dedicarse al espectáculo, el personaje pasa por cualquiera de nosotros y vive experiencias parecidas a las nuestras en los estertores del franquismo y la época de Suárez.


Eugenio era un hombre cualquiera que se ganaba la vida en un taller de joyería. Conoció a una muchacha que con una guitarra, estilo Cecilia, cantaba en pequeños locales. Descubrió casi al azar que contando anécdotas y luego chistes hacía reír a la gente. Así es como lo conocimos los españoles en programas de cuenta chistes televisivos de humor blanco despolitizado, bastante comunes en la época. Era uno más de una tropa y a nadie se nos ocurrió entonces que podía ser ejemplar o significativo de algo. Pero la memoria reconstruye como quiere y distribuye valores de forma bastante sorprendente. También cuenta que un novelista primero y un director de cine después se hayan fijado en él. También, por contraste, la falta de verdaderos humoristas en la actualidad: los que pasan por tales no tiene ninguna gracia y su politización siempre en la misma dirección repugna.


La película adopta el tono de comedia agridulce, quizá por ello no entra en la parte dramática de la historia: el hombre triste que enviudó a los 38 años, Eugenio, más exactamente Eugeni Jofra Bofalluy, que fue cayendo en el infierno de las drogas y la depresión - cáncer, dos infartos- y en el mundo del esoterismo (eso sí se adivina en la película), que va distanciándose de sus hijos, que muere a los 59 años.


La película en sí está bien hecha, bien producida, mostrando el justo decorado urbano para hacer creíble la época. Trueba hace que nos interese el personaje - qué buenos los dos actores protagonistas, David Verdaguer, que casi calca el personaje, y Carolina Yuste, tan contenida, tan minimalista-, su historia común como la de cualquiera, su vida familiar, sus alegrías y tristezas. La cámara pasa por la Barcelona de entonces, por los lugares que uno pasó, como si nos devolviese el tiempo que alguien nos ha robado.



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