lunes, 8 de enero de 2024

Los civiles siguen muriendo en la guerra

 



Cuando creíamos que, tras las guerras mundiales del siglo XX, podríamos introducir principios éticos en las guerras y salvar a la población civil, la barbarie ha vuelto a Ucrania y a Israel/Palestina. Los daños colaterales. Los civiles


La guerra terminaba cuando americanos y británicos bombardearon con saña Dresde y otras ciudades alemanas, luego, en Hiroshima, lanzaron la bomba equivalente a unas 17 000 toneladas de TNT. Mató a unas 70 000 personas, en su mayoría civiles. Muchos miles más murieron a consecuencia de quemaduras y envenenamiento por radiación. En Nagasaki otra bomba detonó a unos 500 metros de altura. A pesar de que, por las condiciones atmosféricas, la bomba de 21 kilotones explotó detrás de la ladera de la colina, el número de muertos ascendió a entre 60 000 y 80 000.


A solo 800 metros de la zona cero de Nagasaki, Shigeko Matsumoto, uno de los sobrevivientes, recordaba:


«Mis hermanos y yo jugábamos frente a la entrada del refugio antibombas, esperando que nuestro abuelo nos recogiera. Luego, a las 11:02 de la mañana, el cielo se volvió blanco brillante. Mis hermanos y yo fuimos derribados y golpeados con violencia contra el refugio antiaéreo. No teníamos idea de lo que había sucedido.


Mientras permanecíamos sentados allí, conmocionados y confundidos, las víctimas de quemaduras entraron en masa al refugio antibombas. La piel se desprendía de sus cuerpos y rostros y colgaba flácida y en tiras sobre el suelo. Sus cabellos se quemaron hasta unos míseros centímetros del cuero cabelludo. Muchas de las víctimas colapsaron tan pronto como llegaron a la entrada del refugio antibombas, y formaron una enorme pila de cuerpos contorsionados. El hedor y el calor eran insoportables.


Mis hermanos y yo estuvimos atrapados allí durante tres días.


Finalmente, mi abuelo nos encontró y emprendimos el camino de regreso a nuestra casa. Nunca olvidaré el infierno que nos estaba esperando. Los cuerpos medio quemados yacían rígidos en el suelo, los globos oculares brillaban en sus órbitas. El ganado yacía muerto a lo largo del camino con el abdomen grande e hinchado. Miles de cuerpos flotaban en el río, inflamados y morados por el agua. «¡Espera! ¡Espera!» supliqué, mientras mi abuelo caminaba un par de pasos por delante de mí. Tenía miedo de quedarme atrás».

(El hombre del futuro: La vida visionaria de John von Neumann, de Ananyo Bhattacharya).


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