Si
uno sube a lo más alto del castillo y mira en derredor lo que verá
en primer lugar es el manto de mediocridad que nos envuelve. Quizá
sea condición de supervivencia. No molestar, no destacar, no
comprometerse. Es algo que funciona en la llanura del tiempo, no
cuando aparecen las depresiones profundas o arriesgados
pasos
de montaña. Los que asumen y viven de su mediocridad son los que
mueren cuando se desatan las guerras o padecen cuando se produce un
socavón económico.
Veo por ver algo Engaños
en Netflix. Una serie mediocre para mediocres (yo mismo). Está
basada en una novela de un escritor que me suena, pero del que nada
he leído (Harlan Coben). Hay muchas muertes, giros de guion,
sentimientos familiares, varios característicos y una protagonista
de la que enamorarse. En manos de un buen equipo, podría haber sido
algo bueno. Lo que se nos ofrece es un telefilm alargado en ocho
capítulos. Entonces, ¿por qué verlo? Porque vivir en la
mediocridad, dejarse llevar, es más fácil que ser aventurero.
¿Quién se pone a leer a Sloterdijk a las 11 de la noche? ¿Quién
se pone a bucear en el inmenso catálogo del cine clásico? ¿Quién
llama a esa hora a alguien necesitado de conversación? Claro que hay
cosas aún peores, como ver la tertulia 24 horas en
RTVE.
Al menos en Engaños
uno puede alegrar la vista en Michelle Keegan sin sentido de
culpa.
Todo es artificio en esta serie, sin ningún
disimulo: hasta los más pobres viven en casas acomodadas limpias
perfectamente iluminadas. Nada de lo que nos cuenta es creíble si
uno aplicase un mínimo criterio analítico. Quien se lleva la palma
es la protagonista cuyo único mérito es ser guapa. No importa que
sea inexpresiva, que sea inverosímil que en una vida anterior haya
sido capitán del ejército, sin una sola arruga en sus modelitos,
tampoco en su piel; ninguna
imperfección.
Es lo único que saben los realizadores, lo
que nos gusta ver rostros hermosos:
siguen sus movimientos con la cámara, la acercan hasta su rostro
impoluto, mantienen el plano. No importa que su repertorio de
expresiones sea limitado, que tenga tan poco que decir, que el
dramatismo del momento choque contra su inexpresividad.
Es
bella. Pero el espectador sabe que es de plástico, plástico
bidimensional. Engaños.
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