martes, 9 de enero de 2024

Engaños (Fool Me Once)

 


Si uno sube a lo más alto del castillo y mira en derredor lo que verá en primer lugar es el manto de mediocridad que nos envuelve. Quizá sea condición de supervivencia. No molestar, no destacar, no comprometerse. Es algo que funciona en la llanura del tiempo, no cuando aparecen las depresiones profundas o arriesgados pasos de montaña. Los que asumen y viven de su mediocridad son los que mueren cuando se desatan las guerras o padecen cuando se produce un socavón económico.

Veo por ver algo
Engaños en Netflix. Una serie mediocre para mediocres (yo mismo). Está basada en una novela de un escritor que me suena, pero del que nada he leído (Harlan Coben). Hay muchas muertes, giros de guion, sentimientos familiares, varios característicos y una protagonista de la que enamorarse. En manos de un buen equipo, podría haber sido algo bueno. Lo que se nos ofrece es un telefilm alargado en ocho capítulos. Entonces, ¿por qué verlo? Porque vivir en la mediocridad, dejarse llevar, es más fácil que ser aventurero. ¿Quién se pone a leer a Sloterdijk a las 11 de la noche? ¿Quién se pone a bucear en el inmenso catálogo del cine clásico? ¿Quién llama a esa hora a alguien necesitado de conversación? Claro que hay cosas aún peores, como ver la tertulia 24 horas en RTVE. Al menos en Engaños uno puede alegrar la vista en Michelle Keegan sin sentido de culpa.

Todo es artificio en esta serie, sin ningún disimulo: hasta los más pobres viven en casas acomodadas limpias perfectamente iluminadas. Nada de lo que nos cuenta es creíble si uno aplicase un mínimo criterio analítico. Quien se lleva la palma es la protagonista cuyo único mérito es ser guapa. No importa que sea inexpresiva, que sea inverosímil que en una vida anterior haya sido capitán del ejército, sin una sola arruga en sus modelitos, tampoco en su piel;
ninguna imperfección. Es lo único que saben los realizadores, lo que nos gusta ver rostros hermosos: siguen sus movimientos con la cámara, la acercan hasta su rostro impoluto, mantienen el plano. No importa que su repertorio de expresiones sea limitado, que tenga tan poco que decir, que el dramatismo del momento choque contra su inexpresividad. Es bella. Pero el espectador sabe que es de plástico, plástico bidimensional. Engaños.


No hay comentarios: