domingo, 7 de enero de 2024

La sociedad de la nieve

 



Llueve, después de meses sin caer gota. No lo hace con intensidad, pero sí lo suficiente como para dispersar a la multitud reunida en las calles para recibir a los Magos de Oriente. Ahora que los niños ya duermen con la ilusión de ver materializado su sueño cuando se despierten es buen momento para ver con el volumen no muy alto La sociedad de la nieve (Netflix).


Todo el mundo conoce el suceso. Y algunos lo habrán contado a sus hijos con la voz queda, quizá ocultando lo principal, que unos hombres para sobrevivir, después de que el avión en que viajaban de Uruguay a Chile se estrellara contra la montaña en los Andes, tuvieron que hacer antropofagia. La sensibilidad cambia con el tiempo, la narración de los hechos, las restricciones morales. El cuento que nos cuenta J. A. Bayona es muy de nuestra época: es la solidaridad y la cooperación las que en una situación límite, catastrófica, nos salva. Todos, hombro con hombro, unidos, disolviendo discrepancias, entregando si hace falta el propio cuerpo en el empeño, conseguiremos el objetivo de salvar al colectivo. De los 45 que tomaron asiento en el avión, en Montevideo, tras el choque contra la tormenta de nieve y las rocas invisibles de los Andes, más de la mitad murieron. Otros seguirían muriendo por las bajas temperaturas de la noche -hasta -40º-, por la falta de alimento, por las heridas imposibles de curar; 16 sobrevivieron. En la película a pesar del drama los supervivientes mantienen largas conversaciones sobre la vida, las creencias, la organización social. Los liderazgos cambian, buscando las mejores opciones para sobrevivir, ponderando la voluntad de resistencia y la unión que harán el rescate sea posible.


El relato de la época, cuando en 1972 las noticias, los reportajes, las imágenes, los libros dieron cuenta del suceso, la perspectiva era diferente. Unos hombres que no habían muerto en el accidente de un avión en los helados Andes practicaron el canibalismo, comieron carne humana para sobrevivir durante 2 meses y medio. El canibalismo ha sido y sigue siendo tabú; ahora lo dulcificamos hablando de antropofagia. Leemos con horror que un psicópata ha matado a su amante, que lo ha descuartizado y guardado en el congelador y se lo ha ido comiendo. De vez en cuando aparecen noticias como esa, poco comentadas o solo de pasada, horrorizados. Lo que antes era indecible, apenas imaginable, el mayor de los horrores, con el paso del tiempo, a través de historias reales y tramas en películas y series hemos ido aceptando que eso es posible, que hay hombres que por medio de rituales o por accesos de locura se han comido a otros hombres. La película de Bayona da un paso más: comerse a otros hombres es tolerable si eso sirve a la salvación de los propios hombres.


No se ve en la película el descuartizamiento, apenas una escena de unos hombres que tras un montón de nieve operan sobre los cuerpos muertos. Tampoco se ven pedazos grandes sino trocitos de carne, menudencias con huesos que se llevan a la boca, no sin antes construir el discurso de su necesidad, la repugnancia salvada, el bien superior de la vida a la prohibición de comer carne humana, convencidos al fin, con juramento público de por medio, de que en caso de muerte se utilice el propio cuerpo para alimento de los demás. En el mismo discurso en que se alega la inutilidad de la plegaria a Dios se reconstruye la última cena en la que Cristo entregaba su cuerpo a los hombres para su salvación: la ofrenda colectiva en la que cada uno dispone que, en caso de muerte, su cuerpo sea entregado como alimento a los demás.


Más allá de las habilidades técnicas, de lo verosímil de la reconstrucción del accidente, de la entrega de los jóvenes actores, el relato de Bayona funciona porque es un calco del relato dominante: la catástrofe en el horizonte, la cooperación, la obediencia por el bien común y de modo tácito, sin verbalizarlo, lo inconcebible de que alguien se oponga. Bayona cuenta con la ventaja de un público dispuesto.


La voluntad de ordenar una tragedia en un relato con un sentido edificante es lo que hace de La sociedad de la nieve una película de palomitas. Por eso se ha estrenado en periodo navideño. Podía haber sido otra cosa, pero a J. A. Bayona solo le interesa el espectáculo. Es una opción tan válida como otra cualquiera, pero estaría bien que alguien advirtiese al espectador que lo que va a ver no es lo que sucedió exactamente, sino un relato.



La película de 1993, Viven (Alive!), era mucho más valiente. No sólo se ven los enfrentamientos entre los supervivientes, el tema central es la antropofagia no la cooperación solidaria de Bayona. Hay crudas escenas en las discusiones y en el sacrificio de los cuerpos muertos. Se puede ver en Movistar. Aún así, comentándola, Nando Parrado, uno de los dos que salen del grupo, cuando las condiciones atmosféricas mejoran, para pedir el rescate, atravesando montañas y valles, algo que sale en unas pocas escenas en ambas películas, decía en una entrevista:


"La película es un picnic al lado de lo que vivimos, es una excursión al campo. Ahí no se ve el frío, la sed, la muerte ni el sufrimiento, pero bueno...pienso que exactamente como pasó hubiera sido imposible de filmar y hubiera sido imposible de ver... Yo siento que mucha gente la ve de una manera casi romántica. ‘Qué bárbaro! Estos chicos, todos jóvenes, todos amigos, se les estrelló el avión, cruzaron la cordillera y se salvaron.’ La verdad fue mucho más terrible de lo que cualquiera pueda imaginar. Si hoy no tuviera la familia que tengo, preferiría no haber nacido antes que pasar por todo eso"



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