domingo, 14 de enero de 2024

Atropello

 

Saliendo de las costas del Garraf, viniendo de Sitges, la carretera se abre en dos carriles en dirección Barcelona. Los coches contienen su velocidad durante 15 km de curvas lentas, así que en ese espacio antes de entrar en la autovía se lanzan a toda pastilla en una larga recta. Los ciclistas compartimos ambos carriles, prácticamente sin arcén, para tomar la salida hacia Castelldefels a la izquierda al final de la recta. El carril derecho desemboca en la autovía. Es una zona peligrosa. El ciclista tiene que buscar el momento para pasar del carril derecho al izquierdo. 


Lo he hecho muchas veces y siempre acojonadillo mirando hacia atrás por si viniese algún coche. Después de una hilera de coches embravecidos he visto que muy lejos venía un vehículo y he levantado el brazo izquierdo para cruzar. De pronto he sentido que un vehículo se acercaba demasiado, se me echaba encima, me arrastraba y ya estaba en el suelo, un revoltijo la bici y yo, mi cuerpo o la bici sanaba en el asfalto y mi cabeza rebotada quizá dos o tres veces, un tiempo difícil de calibrar en el que mi conciencia se ha apagado. Cuando he despertado ya estaba quieto en el suelo, inmóvil pero con conciencia de que estaba vivo y de que no había sido para tanto. Voces me preguntaban. Entre dos, de un brazo y del otro me han incorporado. Me aguantaba de pie, me palpaba. He recogido los fragmentos del casco, las gafas, el GPS. En ningún momento he visto la moto que me ha atropellado. El hombre de la moto quería a toda costa que tomase nota de su teléfono, pero mis dedos sobre la pantalla del mío no me respondían. Tenía prisa porque era el momento de abrir su negocio, un restaurante. Le he pedido al otro hombre que llamase a la policía. Me ha explicado que quizá no le ha dado tiempo a sortearme porque no ha podido girar hacia el carril derecho porque detrás de él venía otro coche zumbando. Ha habido varias llamadas de por medio antes de que llegasen: una policía remitía a otra. Al final han llegado y tras ellos la ambulancia. El hombre amable que ha visto el accidente desde lejos, dentro de su coche se ha ofrecido a llevar mi bici maltrecha. Me han inmovilizado el cuello, me han hecho las curas. 


Es una sensación rara entrar en un hospital mirando el techo, sin ver nada más que el techo, oír las voces de celadores, enfermeras y médicos sin apenas verlos, como fantasmas apareciendo ante mis ojos. Me han sacado la ropa, cortándola, dejándome prácticamente desnudo. Me han hecho las pruebas que se hacen en estos casos con amabilidad y diligencia. No tengo nada roto, solo contusiones raspaduras retorcimientos musculares. 


Lo peor, el seguro, al que he intentado contactar varias veces, bastantes llamadas, remitiéndome de un departamento a otro departamento, diciendo qué tal cosa no me correspondía y cortándose la llamada. Tengo seguro de hogar, seguro de coche, seguro personal e incluso seguro de bici con la misma compañía. Ninguno ha sido suficiente para que me atendiesen, y el parte que lo haga el lunes. Al final como no me han atendido para volver a casa, tras el alta, he tenido que tomar un taxi vestido con los harapos que tenía a mano.


Conclusión, ir en bici es un deporte de riesgo.

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