miércoles, 27 de diciembre de 2023

Tenéis que venir a verla // Las chicas están bien

 


Acabo de ver dos películas muy significativas de esta época: Tenéis que venir a verla y Las chicas están bien. La primera de Jonás Trueba, la segunda de Itsaso Arana. Ambas podrían estar cerca de ser un manifiesto generacional, redactado el primero por un hombre y el segundo por una mujer. Ambos, Jonás y Itsaso, trabajan juntos desde hace tiempo; el producto más señalado del dúo hasta ahora es La Virgen de agosto. En Tenéis que venir a verla Jonás es el director y guionista, Itsaso actriz. En Las chicas están bien, Itsaso es directora y guionista y Jonás productor. Ambas tienen una concepción y realización parecidas, fundadas en el intento de captar con la cámara la naturalidad de las relaciones. En el espectador queda la impresión de que no hay un guion milimetrado, trabajado, sino que las frases, los gestos, la acción surgen de forma espontánea de los actores. Se pierde precisión y profundidad, pero es evidente que se gana en naturalidad. Más cerca de Èric Rohmer que de Corneille, pues el cine de la novelle vague parece ser la inspiración de estas películas.


Sin embargo, lo que a mí más me llama la atención es la voluntad de vehículo generacional. Una generación que está desembarcando en los 40 o le queda poco y donde las preocupaciones parecen ordinarias, las cosas de la piel en el sentido del poeta Paul Valérie, antes que los asuntos trascendentales de que se ocupaban los mayores. Y por supuesto está latente la guerra de los sexos. En ambas los hombres tienen papeles secundarios. La película de Trueba sucede en la ciudad y la protagonizan dos parejas. Los hombres no solo son torpes en la expresión de sus sentimientos, también expuestos a la burla, quizá involuntaria. La de Arana sucede en la casa de un pueblo con corral rodeado de naturaleza; los hombres ni siquiera aparecen, todas son chicas, salvo un hombre muy al final, como excusa.



Hay una distancia entre ambos, entre Jonás y Itsaso, el primero deja que ante la cámara fluya la vida sin una aparente preocupación formal, la segunda tiene una preocupación genuina por la composición del encuadre, el colorido, la carnalidad, un enfoque sensual, sin llegar a ser erótico, que atrapa al espectador de modo que, sin tener un guion novelesco, no puede apartar la vista del placer visual que se le ofrece. En el primero hay una contención evitando intervenir en lo que pasa ante la cámara, en la segunda se nota el control, la planificación, el ensayo.


Hay más cosas que comentar, pero esto no es un ensayo académico: la aspereza de la ciudad y el sueño imposible de vivir en ella rodeado de naturaleza, en la película de Jonas Trueba; la ilusión de la bondad natural y el sueño del hombre desmasculinizado, en la utopía de la vuelta al pueblo. Y también, claro, la diferente sensibilidad de hombres y mujeres: las terminaciones nerviosas, los afectos, la fábrica hormonal hacen que hombres y mujeres seamos distintos, pero complementarios, eso sí. Para mí, lo de Jonás Trueba, a la que ahora se añade Itsaso Arana, es una de las experiencias cinematográficas más interesantes que se están produciendo en España. Ambas en Filmin.


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