martes, 26 de diciembre de 2023

La lentitud, de Milan Kundera

 



" Todos vivimos bajo la mirada de las cámaras. Forma parte ya de la condición humana..."


Como Bruce Chatwin, Milan Kundera mezcla en sus relatos realidad y ficción, personajes ejemplares que se enfrentan a una realidad política cuestionable. Su objetivo es algún tipo de lección moral. De fondo, el resentimiento hacia quienes cuestionaban su actitud ante la dictadura comunista ("los lobos acechan"). Huido en París, mientras los disidentes arriesgaban la cárcel, tal el caso de Vaclav Habel, su némesis, Kundera se representa a sí mismo en el científico checo que asiste a un congreso de entomología en un castillo del Loira, que de ser admirado como gran científico siente que al final los asistentes se ríen de él.


En uno de los capítulos de La lentitud, Kundera cuenta la historia de la periodista francesa Danielle Hunebelle que persiguió a Henry Kissinger. El secretario de Estado de Richard Nixon estaba en lo más alto de su carrera. Era el año 1969, la guerra de Vietnam dividía países y generaciones. La periodista consiguió varios encuentros con él, entre ellos un par de cenas para preparar una entrevista para una revista y otra para la televisión. Kissinger, ante la insistencia, le hace ver que para su trabajo profesional necesita ser prudente y desconfiado de las mujeres, pero ella piensa que esas observaciones no van con ella, que su relación está por encima, cree que están hechos el uno para el otro. Ambos tenían dos hijos de anteriores matrimonios. La periodista consiguió, incluso, que ambas demediadas familias pasasen juntas unas vacaciones en la Costa Azul. Hunebelle se declaraba enamorada de Kissinger, aunque reconocía que no le atraía eróticamente: "Sexualmente, me resultaba indiferente", se viste mal, no es guapo, tiene mal gusto en lo que se refiere a las mujeres. "Debe ser un pésimo amante", se decía, sin por ello proclamarse menos enamorada. Kissinger al final adivinó por dónde iba y la echó con cajas destempladas. Al final Danielle Hunebelle consiguió lo que quería, lo que tenía en mente desde que obtuvo la primera entrevista, escribir un libro. El libro conoció fama cuando se publicó en 1969, Dear Henry. No he conseguido encontrarlo, me hubiese gustado echarle un vistazo.


Dice Kundera que la ensoñación de la periodista enamorada no era real. Tampoco la idea de que quisiese escribir un libro sobre Kissenger, lo que en realidad importaba era la verdad sobre sí misma: «deseaba ampliar su 'yo', sacarlo del estrecho círculo de su vida, hacerlo resplandecer, convertirlo en luz. Kissinger era para ella una montura mitológica, un caballo alado en el que su yo cabalgaría en su gran vuelo por el cielo».

A la actitud de la periodista francesa, llama Kundera hacer el bailarín. Una actitud que replica en la novela con dos personajes de ficción, otra periodista, Inmaculata, que se presenta ante un entomólogo parisino para hacerle una entrevista y Berck, otro entomólogo que estuvo enamorado de ella cuando eran estudiantes, que incluso le puso el nombre de Inmaculada. Pero ya no, ahora le repele de tal modo que se lo dice a la cara, tal cual. Ahora, es justo al revés, es ella quien lo persigue enamorada.


A la historia de Inmaculata y Berck superpone Kundera otra historia, la de Julie y Vincent que a su vez es otra superposición. Veamos. Vincent, un joven apasionado y rebelde ante los consagrados, llega en moto al castillo del Loira donde se reúne el congreso de entomología, en contraste con la calesa en que habían llegado el caballero que narra la historia y Madame T., en Point de lendemain, dos siglos atrás, el siglo de los libertinos. Finalizando el congreso, una tarde, Vincent junto a Julie hace una performance con pretensión de escándalo en la piscina: hacer el amor desnudos ante todo el mundo, pero nadie les prestará atención.

Kundera cree que tanto la rebeldía como el libertinaje son imposibles, o ridículos. Y que lo que hacen el rebelde o el libertino, como su personaje Vincent o el caballero del XVIII, es señalar hacia la luna como si fuese el ojo del culo, literalmente, como un polichinela delante de la cámara. «Si quieres intervenir en un conflicto público, llamar la atención sobre una injusticia, ¿cómo puedes, en nuestra época, no ser o no parecer un bailarín?». La rebeldía parece reducirse al cacofónico e infantil señalamiento de los nueve agujeros del cuerpo humano, tal como hizo Apollinaire en su doble poema. Una cadena de infantilismos que llega hasta la última novela del famoso Etan Hawke. Teta culo pedo pis.


El problema de esta novela ensayo de Kundera es que el narrador se entromete continuamente juzgando a sus personajes, recriminándolos, diciendo lo que tienen y lo que no tienen que hacer. Reprende a sus personajes, reprende a sus críticos, reprende al lector.


Kundera comienza y acaba con la novelita de Vivant Denon, Point de lendemain, lo que le sirve para contraponer nuestro siglo (finales del XX -1994) al siglo ilustrado y libertino, nuestra velocidad a su lentitud, la calesa del caballero libertino que se deja seducir y ridiculizar por Madame T. a la moto de Vincent, que antes que seducir a Julie quiere rendirse al espectáculo, simular sexo con su amada delante de todo el mundo antes que sexo real en la intimidad. Una simulación que no es más que impotencia y que le llevará al más absoluto fracaso: no escandaliza a nadie y además desaprovecha la ocasión de gozar con su amada.


Pueden deducirse varios corolarios de esta ecuación, por ejemplo éste: nuestra época se entrega al demonio de la velocidad y por eso se olvida tan fácilmente a sí misma. Ahora bien, prefiero invertir esta afirmación y decir: nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar y, para realizar ese deseo, se entrega al demonio de la velocidad; acelera el paso porque quiere que comprendamos que ya no desea que la recordemos; que está harta de sí misma; asqueada de sí misma; que quiere apagar la temblorosa llamita de la memoria.



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