Peña Redonda

 

Paseaba el pasado día 6 de la Constitución por el centro de la ciudad, cosa que últimamente no hago a menudo, y me sorprendió la falta de ángel. ¿Dónde estaba toda la gente? Pensaba que reflejaba nuestro destino de europeos finitos. Qué son 2000 años en la historia de la humanidad. Pronto comprendí que me dejaba llevar por el pesimismo que nos oprime. La gente estaba en la gran ciudad, rehén del consumismo prenavideño. A esta ciudad fría, que ya despierta con las temperaturas bajo cero propias del invierno solo acuden los turistas con buen tiempo. Aún así.

Así que este viernes, día templado entre jornadas de lluvia, decidimos ir a la montaña palentina para encontrar la nieve. Ascendemos desde San Martín de los Herreros, no sin riesgos: hay nieve pero poca y a media altura ya está prácticamente helada, hay que ponerse campones. Sin ellos, cuando pierdes el sendero que te lleva, es difícil ascender porque la poca nieve helada y la roca resbaladiza hace difícil el caminar. Así que es un alivio ponérselos cuando la capa de nieve aumenta. Ascendemos por una pala muy pindia, sin mirar hacia el vertiginoso descenso, porque no hemos sabido encontrar la ruta marcada.

El día es espléndido para caminar, la temperatura agradable en torno al cero, por debajo en la cumbre, y aunque hace viento arriba no es del todo insoportable. Desde la gran cruz de hierro del Peña Redonda nos recreamos en las vistas de la Montaña Palentina y un poco más allá de los Picos de Europa. Hasta ha habido un momento en que las cumbres del Curavacas estaban iluminadas por un breve foco de sol. Dos chicos jóvenes, que habían subido por la vertiente sur sin material montañero, con zapatillas de media montaña, sin bastones y sin crampones, ya se iban cuando hemos llegado nosotros tres. Justo el tiempo para que nos fotografiasen. Nadie más en el ascenso. Nadie más en la cumbre. Un mundo bello y deshabitado. Todavía hay lugares en el mundo que se te ofrecen limpios a los ojos, sin más gasto que el esfuerzo físico.