lunes, 11 de diciembre de 2023

Gaza, ‘si tengo que morir’

 

"Si tengo que morir,

tú tienes que vivir

para contar mi historia,

para vender mis cosas,

y comprar un trozo de tela

y algunas cuerdas,

(hazla blanca y con una larga cola)

y así un niño, en algún lugar de Gaza,

cuando sus ojos miren al cielo

buscando a su padre que se fue en una llamarada

sin despedirse de nadie,

ni siquiera de su carne,

ni siquiera a si mismo—

verá la cometa, mi cometa hecha por ti, volando

alto alto

y pensará por un momento que viene un ángel trayéndole amor.

Si tengo que morir

deja que ella traiga esperanza

deja que cuente la historia"


(Traducción Luz Gómez García)


Fatalidad, del 'fatum' latino, es el destino que nos gobierna. No intervenimos en nuestro nacimiento y, salvo excepciones, tampoco en nuestra muerte. La combinación atómica y la genética, así como la arquitectura de nuestra mente nos determinan, son previas a nuestra constitución como humanos inteligentes y sintientes. Cómo comprender el mundo que nos gobierna. Esa fatalidad nos resulta singularmente dolorosa cuando el destino está gobernado por fuerzas que los propios humanos desatan y deberían controlar. Gaza.


Son tantos los asuntos que interfieren en nuestro destino que nuestra mente simplifica para vivir con cierto sosiego. La carga sobre el maltrecho mundo, sobre la voluntaria maldad, no queremos asumirla. Nos decimos, simplemente, hay buenos y malos. Y tomamos partido. En ocasiones con pasión, sin que nadie nos lo pida.


Asistimos aterrados ante la brutalidad de la guerra en Gaza. Muchos la arrumban en el desván del no querer mirar, del no querer saber, para seguir con la propia vida.



Para cualquiera que quiera mirar, las imágenes del 7 de octubre en los kibutz fronterizos de Israel con Gaza son terribles. Una inhumana crueldad programada en la que participaron población civil y militantes de Hamás. Una crueldad que ha persistido en el intercambio de rehenes, cuando la población gazatí se abalanzaba sobre las mujeres y niños secuestrados el día 7 que eran llevados por la Cruz Roja de vuelta a Israel. Un dolor que persiste en los testimonios ante las cámaras de quiénes sufrieron sevicias. Casi todo está documentado, solo hace falta voluntad de saber.


En las grandes manifestaciones de las capitales europeas y americanas en contra de Israel esos hechos aparecen como inexistentes. Lo mismo sucede en muchas de las crónicas que los corresponsales de los periódicos envían. Espero que no tarde mucho un documental bien informado sobre lo que ocurrió en el Hospital Al Shifa: el origen del misil, el lugar exacto donde cayó, la cifra real de muertos, la conferencia de prensa del equipo in situ de Médicos sin fronteras, las primeras planas del día siguiente, la rectificaciones en los días posteriores. Un caso paradigmático.



No hace falta hablar de la brutalidad del ejército de Israel porque está en la primera página de periódicos y telediarios cada día. Aquí sí que las imágenes hablan por sí solas aunque a menudo se les hace decir más de lo que contienen. No hay que hacer el esfuerzo de ir a buscarlas. Pero sí cabe hacer preguntas. La primera es si los 2,3 millones de habitantes de Gaza son culpables hasta el punto de ver destruidos sus hospitales, sus viviendas, la ciudad entera, sus vidas. Una población entre dos fuegos, escudos humanos para Hamás, que oculta en grandes subterráneos bajo viviendas, hospitales y escuelas su material de guerra, su estructura, víctimas colaterales para la furia de Israel.


El poema que precede a esta nota es del poeta palestino Refaat Alareer, amante de Shakespeare, islamista, quien murió en un bombardeo israelí en Gaza el 8 de este mes.


¿Deberíamos adoptar el punto de vista antisionista de Refaat Alareer? ¿Entonces también el de amigos y familiares de la joven alemana israelí Shani Louk, cuyo cuerpo semidesnudo y aparentemente sin vida exhibieron los milicianos de Hamás el día 7 de octubre?


Si los asuntos del mundo no se dejasen someter al dualismo ramplón de la perezosa conciencia, no veo un tema más complejo que este. Casi todo en el asunto de Gaza es obsceno, empezando por nuestra sucia mirada.




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