jueves, 23 de noviembre de 2023

Una vida no tan simple

 



Hay tantas plataformas de streaming -imposible suscribirse a todas- que por lógica se te pasan películas que merecería la pena ver y comentar. Eso me ha ocurrido con esta película de Félix Viscarret (en Movistar). Siempre me ha intrigado la edad que va los 30 a los 40. Cuando los pasé y miré hacia atrás no me veía a mí sino a los que eran más jóvenes que yo, porque mientras los vivía no fui consciente del desconsuelo que acompaña a esa edad. Como huérfanos, esa era la impresión y sigue siendo cuando los veo, entre desconsolados y desamparados. Ya no son jóvenes pero tampoco adultos del todo; una edad indefinida. El problema es que esa indefinición siga para toda la vida. El filósofo Javier Gomá dice que la infancia y la juventud son las dos etapas decisivas para la formación de la personalidad. Los primeros vivieron una infancia feliz y tendrán una personalidad en armonía con el entorno; los segundos viven ensimismados, en conflicto con el entorno. Creo que es entre los 30 y los 40 cuando se produce esa bifurcación. Como un cascarón en medio del mar, unos dejarán que les lleve adonde sea, los otros querrán tomar el timón para llevarlos no se sabe dónde.


En su película Viscarret pone en juego a unos cuantos personajes de esa edad. Tienen niños, algunos están separados, otros casados, otros todavía no. En su mente juega la química que salta de la libre divagación a la atracción, de la irresponsabilidad al desorden emocional. En contraste se han comprometido o están en trance de hacerlo, casarse, tener niños. Esa dialéctica les lleva como almas en pena, sin ángel de la guarda que les guíe. Viscarret les muestra y, esa es su mejor virtud, sin tomar partido, sin juzgarles. Se sienten atraídos por otros como ellos o más jóvenes, caen en tentaciones, rompen compromisos, pero el espectador, al menos yo, no siente ninguna atracción por ellos. Entre todos, hay un personaje que se me ha quedado colgando en la mente. Una mujer separada con niño, que de vez en cuando se encuentra, a la salida del cole, con otro padre, el protagonista, y empiezan a coquetear mientras los niños juegan en el parque. El rostro de la mujer parece un mapa inmutable, de cera, como si por él no corriesen emociones. Los diálogos que mantienen son los que uno ha advertido en esa gente, de una profundidad insustancial. Ella está preocupada por las ondas electromagnéticas que se concentran sobre todo en la cocina, sobre cómo protegerse de peligros inasibles, microondas, alimentos tóxicos. Todo eso llega a obsesionar al protagonista que termina adoptando conductas irracionales por su influencia.


El asunto principal del que no habla Viscarret pero que está presente durante toda el metraje es el de la responsabilidad. Eludirla o asumirla. Algunos superan la etapa y se comprometen, otros eluden el compromiso y lo sustituyen por pequeñas convicciones, muchas de ellas irracionales, para no enfrentarse a lo importante, el trabajo los hijos la familia. Lo que no saben, porque no han tenido la experiencia, es que después de esa edad empiezan a rodar sin freno, como en un tobogán.



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