viernes, 24 de noviembre de 2023

Albert Camus y la resistencia

 



"...cuando imaginamos así todo lo que hay de contingente, de juego de las circunstancias, en lo que se llama un amor o una amistad, entonces el mundo vuelve a su noche y nosotros a ese frío enorme de donde nos había sacado por un momento la ternura humana" (Camus en sus Cuadernos).


Ante nuestra necesidad de comprender la realidad, de entendernos, la respuesta es el silencio irracional del mundo, se dice Albert Camus a finales de 1942, cuando para recuperarse de la tuberculosis que padece se refugia en un pueblo del interior de la Francia ocupada, en lo más crudo de la segunda Guerra mundial. Ese es el contexto en el que comienza a escribir La peste. Cuando Camus escribe no está pensando en el suceso histórico y personal que está viviendo sino en el destino del hombre.


Qué escribir en una época sin esperanza, sin relato, sin posibilidad de escape. Entre 1942 y 1943, cuando faltaba un año para el desembarco de Normandía, comienza la resistencia, más por desesperación que por esperanza. ¿Cómo era posible que los hombres resistieran aun a sabiendas de que la victoria era imposible? En la novela, el doctor Rieux, el protagonista, no puede salvar a nadie de la peste; lo más que puede hacer es consolar a los moribundos. Por qué resistirse al destino si lo que nos espera es la derrota -las victorias siempre son provisionales. La mayor parte de la gente se deja llevar por las circunstancias. La mayor parte de los contemporáneos de Camus habían aceptado la ocupación y se habían adaptado a sus realidades.¿Por qué algunas personas eligen ser cómplices de la ocupación o la disculpan mientras que otras oponen resistencia?


Rieux, el protagonista, y Paneloux, el cura antagonista, asisten extenuados y destrozados, a la muerte de un niño a consecuencia de la peste. La vieja disputa entre el partido de la fe y el partido del progreso y la ciencia, entre los que ofrecen consuelo y los que se rebelan contra él, es irrelevante, irrelevantes sus abstracciones. Ante la muerte y el mal, lo que más importaba a Camus no era quien tenía razón, sino quién consolaba a los que sufrían.


Y esta es la advertencia final, dirigida no solo a su época sino a la nuestra:


Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros: que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa; que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.


(Lo que antecede es un resumen de un capítulo del libro de Michael Ignatieff, En busca de consuelo)



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