miércoles, 22 de noviembre de 2023

"Les consolaba la idea de que nos acordaríamos de ellos"

 


Anna Ajmátova escribió Réquiem a lo largo de 20 años para conmemorar a las víctimas que el régimen de Stalin borró de la faz de la tierra o encerró en el gulag. Recordaba a una mujer que en la cola le había preguntado: ¿Y usted puede describir esto? Anna le respondió: Sí.


Esta mujer, su enfermedad,

esta mujer es - soledad.

El marido en la tumba, el hijo en prisión ,

rezad por mí una oración.


Todas las mañanas en el Leningrado de 1938 una fila de mujeres hacía cola ante la prisión de Kresty, en el muelle del Arsenal del río Nevá. Anna tenía 49 años y quería ver a su hijo Lev Gumiliev, entonces detenido. Tenía prohibido publicar y vivía en una destartalada habitación de un piso comunal en un viejo palacio. El poema circuló copiado a mano a partir de los años 40 y publicado solo en los 60. Ana, dice Ignatieff, había cumplido su deber como testigo. Había escrito Réquiem en nombre de todas las mujeres que velaban frente a los muros de las prisiones de la Rusia de los años 30 y en nombre de quienes estaban encerrados en su interior, a la espera del interrogatorio, la tortura, el destierro o una bala en la nuca.



Pensad en la simiente que os engendró:

hechos no fuisteis para vivir como bestias,

más para perseguir virtud y ciencia.

(Del canto 26 del Infierno de Dante)


Son los versos que Primo Levi había aprendido de memoria en el instituto y que en Auschwitz, en el verano de 1944, recita a un compañero prisionero, el francés Jean. En el poema de Dante es Ulises quien exhorta a su tripulación a que vayan más allá de las columnas de Hércules. Para Primo Levi y para Jean reflejaba la esperanza de que algún día podrían vivir como hombres. La historia de Ulises no acaba bien: se desata la tormenta, el barco zozobra, vuelca y se ahogan todos.



Miklós Radnóti formaba parte de una columna de prisioneros que soldados de las SS y guardias húngaros conducían desde Serbia hasta Alemania para trabajar como esclavos. Por el camino los más débiles caían y eran rematados en zanjas. Miklós iba desgastando sus botas y cuando ya no pudo más, en un bosque en Hungría, recibió un tiro en la nuca y enterrado en una fosa excavada para la ocasión. Durante aquel viaje fue escribiendo poemas que llamó postales en una libreta, postales de lo que iba viendo.


Caí junto a él, junto a su cuerpo entregado

y tenso como una cadena recién ajustada,

tenía un disparo en la nuca. "Así acabaré

-me dije- acostado e inmóvil,

como una flor que aguarda en medio de la muerte.

Entonces una voz cercana me dijo desde arriba: "Florecerás de nuevo", mientras el barro y la sangre sellaban mis oídos.


Su esposa Fanni, en agosto de 1946, fue informada de que exhumados los cadáveres se habían encontrado efectos personales. Así encontró la libreta.


Visto en perspectiva, dónde queda la fe de Condorcet en el progreso o la de Marx en la revolución. Estos poemas dan fe no del paraíso prometido sino de la existencia del infierno en la tierra. Para Michael Ignatíeff (En busca de consuelo), el testimonio de Ajmatova, Primo Levi y Radnóti entronca con una comunidad de testigos que a lo largo de los siglos han dado sentido al proyecto humano, y que esperaban se prolongara en el futuro. Sin embargo, me pregunto, para cuántos esos testimonios siguen vivos. Para cuántos el sufrimiento de ahora mismo (Ucrania, el kibutz de Kfar Aza, Gaza) hace mella en su emoción y en sus acciones. ¿Por qué el testimonio de ciertas víctimas hace mella en nuestra emoción y el de otras no? Escribe Ignatieff: "Se habrían rendido, seguramente si no se hubieran aferrado a la convicción de que sus escritos sobrevivirían y encontrarían lectores que se tomarían a pecho sus verdades. Incluso esperaban... que una vez hubiéramos interiorizado su verdad, esos tormentos no se repetirían..., de que no habían dicho la verdad en vano. Les consolaba la idea de que nos acordaríamos de ellos".


Agotado, deprimido, en 1988 Levi se quitó la vida arrojándose por la escalera de su casa en Turín. Una lectora se preguntó, ¿no nos estaría diciendo que ya no creía en nosotros? 


(Lo que antecede es un resumen de un capítulo de En busca de consuelo, de Michael Ignatieff)





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