lunes, 6 de noviembre de 2023

Turbulencias

 


En tiempos de tribulación acudamos a los clásicos. Dos modos de enfrentarse a ella. En los postreros años de su vida, Cicerón tuvo que hacer frente a un doble quebranto, la confiscación de la República por parte de César y, lo más doloroso, la muerte de su amada hija, Tulia, en el año 45 ac. Durante semanas se encerró en su finca al sur de Roma, vagando por los bosques, desaliñado y lloroso, contraviniendo el código estoico que había enseñado toda su vida y que su amigo, Selvio Sulpicio le recuerda desde Atenas:


¿Por qué motivo te conmueve tan profundamente tu dolor íntimo? Piensa de qué modo se ha comportado la fortuna con nosotros hasta ahora: nos han sido arrebatadas aquellas cosas que los hombres deben valorar no menos que a los hijos: la patria, la honestidad, la dignidad personal y todos los honores. Con este cúmulo de desgracias, ¿qué puede añadirse al dolor? O ¿qué corazón entrenado en estas lides no tiene que estar endurecido en este momento y subestimar todas las cosas? Sin embargo, veo que estás sufriendo por ella.


Cicerón salió del pozo profundo en el que estaba escribiendo la Consolatio, para consolarse a sí mismo, y, después, las Disputas tusculanas. Recobrado el ánimo, poco pudo hacer cuando de vuelta en el Senado se enfrentó a César primero, aunque no participase en la conspiración de Bruto y Casio, y, luego, al triunvirato de Antonio, Octavio y Lépido, quienes ordenaron su muerte. Sus asesinos fueron indignos exhibiendo en Roma su cabeza y manos cortadas como prueba de la muerte del mayor opositor a la dictadura, un último episodio, frente a las otras aflicciones de su vida: el exilio, la proscripción y la muerte de su hija, que, según Tito Livio, Cicerón arrostró con dignidad. Cicerón recuperaba su estatura moral, en la línea de Sócrates, ejemplo que un siglo después imitaría Séneca.



El otro modo de soslayar las turbulencias en que los acontecimientos mundanos nos envuelven es el que nos ofrece el ejemplo de Samuel Johnson. Después de que Inglaterra perdiera las colonias americanas, en 1783, James Boswell le preguntó “si las «turbulencias» de la vida pública no le habían «inquietado un poco, señor». Johnson le respondió con su tono más altanero y desdeñoso:


«Sandeces, señor mío. Los asuntos públicos no inquietan a nadie. Nunca me han quitado ni una hora de sueño ni el apetito para comerme una onza menos de carne».


Ambas citas están tomadas de En busca de consuelo, de Michael Ignatieff.


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